Seguidamente, copio textualmente el escrito de nuestro pariente Rafael Armas Alfonzo, a proposito de uno de los acontecimientos mas importantes ocurridos en la historia de Guanape, durante La Revolución Libertadora, en diciembre de 1.902.
Para hacer el texto mas amigable, he colocado enlaces a las personas que se nombran en el texto y que aparecen en el arbol de nuestra familia, que como detalle curioso, la mayoría de los protagonistas de esta historia estaban emparentados de una u otra manera. Practicamente se puede decir que fue una batalla familiar. Igualmente a lo largo del texto, he colocado unas fotos para ilustrar el sitio de los acontecimientos y ademas una del cementerio local de Guanape, en donde reposan los restos de ambos parientes, del General Manuel Itriago Armas y de su primo Pedro Armas Itriago, una al lado de la otra.
Agradecimientos para Alvaro Armas Bellorín, hijo del autor, el cual muy gentilmente autorizó su publicación.
La Pelea de Guanape
Rafael Armas Alfonzo
Rafael Armas Alfonzo
La Revolución Libertadora constituye el hecho armado de mayor significación contra el gobierno del general Cipriano Castro. Comienza a fines de 1.901 con la presencia en aguas venezolanas del vapor Banright, rebautizado Libertador, a cuyo puente de mando se asoma el general y banquero Manuel Antonio Matos, y tras diecinueve meses de cruentos episodios, culmina en Ciudad Bolívar con el triunfo del Gobierno, jefaturada por el General Juan Vicente Gómez, segundo de Castro. Campos de acción fueron Guanaguana, La Victoria, El Guapo, Barquisimeto y Ciudad Bolívar. Catorce mil hombres llegaron a contar los rebeldes. Victorino Márquez Bustillos, panegirista de Gómez, asigna a la Libertadora la importancia que no tuvo, según él, la Guerra Federal. Implica en la aventura “Los hombres de dinero, los de los prestigios políticos y los militares, los dirigentes de los partidos, fuerzas vitales, en suma, abrumadoras por su calidad y por su peso…” y “entre las más brillantes espadas del caudillaje y los más expertos políticos de todos los círculos” asocia los nombres de los Generales Luciano Mendoza, Domingo Monagas, Nicolás Rolando, Gregorio Segundo Riera, Amabilie Solagnie y Luis Loreto Lima.
El alzamiento de La Victoria el 20 de Diciembre, a la cabeza Luciano Mendoza, presidente del Estado Aragua, marca en realidad el principio de la revolución. La acción del Cerro el Zamuro, en la capital de Bolívar, es el fin. Se peleó el 19 y el 20 de Julio. Doscientos cincuenta muertos y más de cuatrocientos heridos es el balance de los atacantes. Ochocientas bajas entre muertos y heridos sufren los rebeldes. A estas cifras los vencedores suman 3.275 fusiles, cuatro cañones, una ametralladora, una caja de dinamita, doscientas sesenta y cuatro granadas, trescientas libras de pólvora, más de medio millón de cápsulas y seis millones de fulminantes. Los rendidos suman doscientos veintiséis jefes y oficiales y ochocientos soldados de la Libertadora. El General Nicolás Rolando, jefe rebelde de oriente, de enorme ascendiente regional, esta entre los presos.
Además de las grandes batallas de La Libertadora, demasiada sangre se derramó en esos diecinueve meses. Ardieron pueblos, potreros y haciendas y en un sinnúmero de escaramuzas cayeron demasiados venezolanos: campesinos y pueblerinos arrastrados inconscientemente a la destrucción. La acción de Guanape, descrita por Rafael Armas Alfonso, maestro de escuela de muchos años, historiador con buena obra en vías de publicación, muestra lo que de encono fraticida tuvo la Libertadora en esa región agropecuaria de Anzoátegui. ¿Qué fue la pelea de Guanape? Una escaramuza entre hacendados, entre familiares, entre terratenientes. Sus puntos de diferencia se exteriorizaban afecciones a este o aquel caudillo o ambiciones de poder entre los que lo detentaban y los que lo aspiraban por la vía de la fuerza. Ni unos ni otros proporcionarían a sus pueblos posibilidades distintas a las que inveteradamente se les han negado a comunidades de escaso destino social. Las conclusiones que resultan conforman un cuadro de heroicidades innecesarias: una sola familia enlutada y un cadáver expuesto al sol hasta que la insania de un violento cabecilla rural permite que lo recojan para su entierro, el de Manuel Itriago al lado de su sobrino, en el mismo pedazo de tierra del cementerio local, los dos compartiéndose las mismas flores escasas.
El 12 de diciembre de 1.902, en plena Revolución Libertadora, el General Manuel Itriago Armas (a) Veneno, ocupaba militarmente a Guanape con fuerzas del Gobierno. “Las tropas, veteranas, disciplinadas, en su mayoría las había traído de Caracas” (1). Su cuartel ocupaba la casa llamada La Estrella, ubicada en la Calle Real, en el cruce con un callejón que sale a la plaza. Frente a esa casa, por el lado izquierdo, está la quebrada Calanche y más allá el bosque, la montaña. Esa casa, techada de tejas, hace esquina, aún existe, deteriorada, ruinosa. Allí estaba acuartelado también en su condición de 2do jefe de las fuerzas, el General Zenón Marapacuto, quien había traído unos sesenta hombres bien armados, todos ellos de los caseríos Santa Bárbara y Alto Uchire. Uno y otro estaban en expectativa, dispuestos a defender a Guanape como diera lugar.
Después de la derrota de El Guapo, algunas de las guerrillas formadas por revolucionarios de la zona norte del Estado Anzoátegui, mejor dicho, de la costa del Unare, habían logrado reunirse bajo el mando del Coronel Pedro Rafael Armas, “oficial de valor e impetuosidad comprobados” (2).
Esas guerrillas eran comandadas por pequeños caudillos, los más hombres de hogar y de trabajo, ninguno, realmente era oficial de escuela: Manuel Monserrate de Armas Álvarez, uchireño hacendado, José Vicente Mata Armas, de Píritu, Manuel Santamaría, de Clarines, y José Gregorio Bastardo, de el Hatillo. Estos fueron los del ataque a esa plaza.
Erróneamente se ha afirmado que otros jefes revolucionarios acompañaron al Coronel Pedro Rafael Armas en esa oportunidad. Es incierto. Nicolás Bottaro, hijo de Clarines, criador, dueño del hato La Pedrera, Matías Morffe Marcano, agricultor y criador, dueño de una posesión ubicada entre Las Pinteras y Urape, en jurisdicción del municipio Sabana de Uchire, y don Pancho Lusinchi, de Clarines, criador, dueño del hato Corcobao, no estuvieron en la pelea de Guanape.
Ubicados en Clarines, a los jefes de guerrillas les resultó un problema difícil unificar criterios en cuanto a los movimientos de la revolución. “Las discusiones en el campamento, entre los jefes, eran muy frecuentes. No lograban ponerse de acuerdo” (3). Manuel Monserrate de Armas, José Gregorio Bastardo y Manuel Santamaría insistían en el ataque a Guanape, y, sin rodeos, expresaban sus dudas de que el Coronel Pedro Rafael Armas se atreviera a atacar esa plaza, defendida como estaba por su pariente el General Manuel Itriago Armas.
La decisión de tomar a Guanape a toda costa se tomó el 10 de diciembre, después de acaloradas discusiones y no fue sino una temeraria demostración de valor y coraje por parte del Coronel Pedro Rafael Armas (4), a pesar de que ambas cualidades eran suficientemente reconocidas por todos los que le acompañaban. Entre estos, con categoría de oficiales, estaban Chucho Armas, su hermano, Manuel Santamaría, ya citado, y Adolfo Quiaro, nativo de Clarines, quien había sido ayudante de Bottaro. Le acompañaba también otro buen oficial, de apellido Guacarán, nativo de El Guamo, que con el, con Pedro Rafael, había hecho toda esa campaña.
Esos primeros días de diciembre de 1.902, para los revolucionarios de Clarines, fueron de mucha actividad. Del cuartel, ubicado en la Casa Amarilla, frente a la plaza, salían las comisiones, que no se daban descanso. Se buscaba bestias, monturas, armas, y, por supuesto, reses para el abastecimiento de la tropa. Muchos hatos fueron requisados, pero sus dueños habían traspuesto sus bestias de silla, que era lo que con más empeño se trataba de conseguir. Sin embargo, algo se trajo de Amana y de Palmira, de El Bagre, de San Isidro y Los Barrancos, en la cercanía de La Encantada. Esas comisiones lograron además que algunos se sumaran espontáneamente al movimiento.
En la población existía cierta inquietud, cierto temor difícil de disimular. Algunos hijos de Clarines prestaban servicio militar bajo las órdenes del General Itriago, y nadie podía prevenir los resultados de un encuentro, tantos eran los preparativos bélicos que se estaban observando.
Por otra parte, la actividad económica se encontraba totalmente paralizada. La mayoría de los comerciantes preferían esperar, temían correr el riesgo de que se les pidiese una obligada contribución en dinero efectivo, como se había impuesto en anteriores oportunidades. Este temor era el tema de las conversaciones de don Pancho Medina y de don Juan Chacín, dueños de establecimientos mercantiles en la Calle Comercio. En la farmacia de don Plácido Gutiérrez las reuniones eran muy frecuentes y los comentarios de la situación exponían claramente las simpatías de los asistentes hacia el General Nicolás Rolando y los otros jefes de la Revolución Libertadora. A esas reuniones asistían el Dr. J de J Tirado, don Julio y don Reinaldo García Ramírez, don Julián Alfonzo y otros más. Pero era evidente que les inquietaba ese inusitado movimiento de gente armada que había tomado la población. Ni los cargadores de agua, ni los que traían del campo frutos o animales para vender, se veían en las calles. El negocio de don Manuel Ávila Salazar, ubicado en la misma casa donde tenía su familia, situado a dos cuadras de la plaza, en la calle San Antonio, abría una de sus puertas un rato en la mañana. Su dueño lo hacía, mas por hablar con algunos oficiales y elementos de tropa, de los que pasaban por la calle, que por venderles algo. Don Manuel Ávila simpatizaba también con La Revolución Libertadora, revolucionario como había sido durante toda su vida. Don Ramón Alfaro, dueño de un negocio de mercancías y víveres ubicado en la casa Nro. 72 de esa misma calle San Antonio, casa diagonal hoy al dispensario, accedía a vender algo, pero a determinadas personas, y lo hacía por el zaguán. Don Antonio Requena Gómez, que tenía un negocio y una panadería en su casa de la calle San Antonio Nro. 82, hoy propiedad del señor Francisco Bustillos, no habría sus puertas a nadie, su esposa, doña María Medina, nerviosísima con ese tropel de caballería que con sus cascos sacaba estrellas al empedrado de la calle, no se lo permitía. Don Agustín Monteverde, establecido en la casa Nro. 88 de esa calle, casa que hoy es propiedad del señor Arturo Armas López, doña Adelina Bottaro, en su casa de La Cruz del Zorro, y don Pancho Lusinchi, en la última casa de esa calle, frente al puente que comunica con el caserío La Cruz de Belén, mantenían una misma actitud: no abrían sus puertas. Era notorio que ningún viajero, ningún arreo llegaba a Clarines, ocupada como estaba la ciudad por los revolucionarios.
El viejo Domingo Pérez, encargado de prende los faroles, hacía días que no salía con su escalera al hombro y su lata de kerosene, pues había tenido que suspender su trabajo por recomendaciones de su mujer, doña Vicenta. Al oscurecer todas las salidas de la población eran ocupadas por centinelas y los cambios de guardia obligaban a los vecinos a la vigilia y a los comentarios en voz baja.
Don Julián Alfonzo, quien había dejado de ir a su hato Cuapa por permanecer al lado de su familia y por ver en que paraba todo ese inusitado movimiento, a petición de los revolucionarios accedió a ir a Guanape con una comisión sumamente delicada: proponer al General Manuel Itriago Armas que se sumara al movimiento, pero esta fue una gestión inútil. “Ya tengo este compromiso con el General Cipriano Castro. Yo soy hombre de palabra”, fue toda su respuesta.
El General Itriago Armas, a su vez, por intermedio de personas de la familia, trató de persuadir a su pariente: “Dígale a Pedro Rafael que no me ataque, que eso será una imprudencia”. Resultaba evidente que no deseaba la pelea, y, en consecuencia, en esos primeros días de diciembre, se preparaba para desocupar la plaza.
A pesar de todo, terminados los preparativos, se emprendió la marcha hacia Guanape. La salida de Clarines fue en la alta madrugada de ese 12 de diciembre. Esas guerrillas comandadas por Pedro Rafael, en honor a la verdad, no constituían ningún ejército. Sus efectivos alcanzaban a 480 hombres, incluyendo los que mandó, a última hora, don Carmen Itriago, todos ellos peones y vaqueros de su hato Arenas. “Eran fuerzas de infantería, la oficialidad, y no toda, montaba en bestias. El armamento era desigual, un verdadero muestrario. Unos pocos máuseres, Winchester y mosquetones, que habían sido utilizados en otras guerras, cubanos, un arma que llamaban charpa, y escopetas de pitón de uno y dos cañones. El parque que llevaban no eran gran cosa” (5)
Como a las 9 y 30 a.m., frente al caserío Las Varas, Manuel Santamaría, picando espuelas a su caballo, se arrima al de Pedro Rafael y le dice: “Mire compadre!, usted lleva a su lado a Guacarán, que es buen oficial y como bueno que es lo ha acompañado en toda esta guerra, desea Chucho, su hermano, para que me acompañe”, a lo cual Pedro Rafael accedió.
Antes de las 11 a.m. rodearon la plaza. Un grupo de hombres de a caballo, a toda carrera, fueron los primeros en entrar a la población, la que atravesaron sin detenerse. Se oían gritos y descargas de uno y otro lado. Don Pedro Herrera, en su casa, no hallaba donde esconderse. Lina y Fidelia Turipe corrían de uno a otro rincón implorando a la Virgen de Candelaria que las protegiera. En la casa de los Armas Domínguez el pánico se apoderó de todos: Rosa enterró sus prendas bajo un ladrillo, a Amparo, su hermana, el susto le produjo vómitos y diarrea. Rafael Alejo, en el momento de comenzar el tiroteo, entraba a su casa con dos toretes que traía para su venta. Estos animales quedaron sueltos porque no dio tiempo para amarrarlos. Rafael Alejo gritó: Todo el mundo al suelo, boca abajo!. Del susto tan grande, se enfermó (6).
Del cuartel, mandado por Marapacuto, el primero en salir fue Policarpo Morffe, oficial, que con varios soldados hizo frente a los atacantes. Las descargas continuas y los gritos se oían por todas partes. Pedro Rafael entró por La Tejería con su guerrilla, y allí, tras de la Iglesia, le mataron a Guacarán.
Enardecido, avanza espada en mano, gritando a los suyos: “Avancen, muchachos!” pero los defensores no dan el frente, no se dejan ver sino cuando apenas asoman las puntas de los fusiles para disparar. Se protegen tras de las esquinas, tras de los árboles de la plaza, tras de las palizadas de las casas. Corriendo atraviesan la calle, buscando protegerse de las descargas. Buscan hacia el callejón situado entre la calle comercio y la calle Santa Rosa, y, por un boquete que ven en la palizada de la casa de don José Antonio Gutiérrez, entra la guerrilla, ya diezmada, pues en ese corto trayecto han perdido cuatro hombres.
En el patio de la casa, tras del grueso cañón de un cují, la gente del General Manuel Itriago ha improvisado una trinchera. La defienden Santos Mendoza y un indio nativo de Píritu, de apellido Araguaney. Ante éste, espada en mano, preséntase Pedro Rafael: “Ríndanse!”, le grita, y el otro levantando a medias el fusil, acciona el gatillo. El balazo, en la parte baja del cuello, detiene su marcha y cae. Los de esa trinchera suspenden el fuego. ¿Y este quien es?, le pregunta Araguaney a Santos Mendoza, que lo tiene al lado. “Carajo!”, le dice Santos. “Este es Pedro Rafael, el jefe de la revolución!”. El soldado piriteño se asustó muchísimo. “Yo no sabía yo no sabía”, repetía azorado, con pena (7). La tradición oral ha recogido esos detalles, tal como se mencionan.
¿Que parte tomaron en la acción las tropas comandadas por Manuel Monserrate de Armas, por Bastardo, por José Vicente Mata y por los otros?. ¿Qué parte tomaron si en la pelea los muertos fueron cinco, y todos de la Guerrilla de Pedro Rafael?.
Terminada la pelea, de regreso hacia Clarines por el camino real, llega Chucho Armas a Las Varas, a la casa de Teodoro Magallanes y preguntó quienes habían pasado. Bueno, le contestó el otro, pasó Monserrate con su gente, pasó también Manuel Santamaría con los suyos, después pasó Bastardo, después José Vicente… ¿Y Pedro Rafael, le interrumpió Chucho. No, Pedro Rafael no ha pasado, contestó Magallanes.
Chucho Armas volvió grupas su bestia, se regresó. En el paso del río, a mano derecha, subió por su cauce, y, dejando éste, tomó el curso de la quebrada Calanche para observar, con alguna protección, los movimientos en el pueblo. Por allí se quedó hasta el oscurecer, hasta que vio salir las tropas de Marapacuto. Esa noche se encontraba en el velorio del hermano.
La guerrilla de Manuel Monserrate de Armas, integrada por uchireños, durante la pelea se había dispersado completamente, de tal manera que cuando el pasó frente a la casa de Magallanes, rumbo al camino que sube a Sabana de Uchire vía Cerro Verde, solo llevaba un reducido número de soldados. Fue la guerrilla más numerosa de las que concurrieron al ataque de Guanape, pues la formaba un contingente de más de cien hombres. Juan Cabeza, Ramón Duerto, Andrés Cacharuco, Enerio Párica, Valentín Guacha, Ignacio Macayo, Segundo Tarache, Matilde Estacio, Francisco Marapacuto y Raimundo Macuma se contaron entre ellos. Sus oficiales Eusebio Aguilar, Hilario Meza, Pablo Avilé, José Gabino Tovar y Julio Bellorín eran hombres de valor y con una cualidad sobresaliente: leales a la palabra empeñada. Este grupo de uchireños, así como los otros grupos, constituían una montonera. Criadores o agricultores, obreros, hombres del campo o de la ciudad, con limitados recursos económicos o sin ellos, ¿Por qué iban a la guerra? Simplemente porque todo el que se consideraba un hombre iba. En algunos casos, tomar parte en esas revoluciones era algo así como una obligación, pues se presentaba un medio fácil para saldar diferencias o cobrarse deudas personales, y si padre y abuelo habían tenido destacada actuación en los movimientos armados de su tiempo, ¿Cómo justificar el hecho de permanecer indiferente? (8). Por otra parte, regados por todo el territorio venezolano aún vivían algunos oficiales y soldados de los que combatieron en la guerra de independencia, y estos hablaban de sus proezas, de su participación en esa contienda (9). De hecho, tales relatos incitaban al hombre a enrolarse en el primer movimiento armado que se presentara. Decir “ese peleó en La Guerra Federal” equivalía a decir que pasó por la mejor escuela de ese tiempo.
¿Qué buscaba Pedro Rafael Armas al atacar a Guanape?. En el supuesto de que hubiera logrado tomar la ciudad, ¿Qué ventajas le reportaba al movimiento, a la revolución, si en realidad esa plaza, militarmente, carecía de importancia?.
Ese día del ataque a Guanape, al General Manuel Itriago le había llegado su hora. Todo el tiempo que duró la pelea lo pasó donde su hermana Inés María Itriago, esposa del señor Pedro Pérez Ramos, quien vivía en una casa de esquina, frente a la plaza, a una cuadra del cuartel. Desde allí mandó varias veces a Nico Rojas, su asistente, para preguntar a Marapacuto como veía la situación. “Dígale al General Itriago que no salga, que espere más bien un rato. Dígale que la situación es buena, que no se preocupe. Dígale que yo estoy dando aquí, en el comando, las órdenes convenientes” (10).
Cuando la muerte se acerca, el recuerdo de familiares desaparecidos viene más de prisa. El General Manuel Itriago, en este asalto a Guanape, por segunda vez en su vida se encontró en una acción semejante. Ciertamente, un hado adverso, trágico, señaló el destino de miembros de su familia, pues varios de ellos perecieron en forma violenta. Tenía el 9 años cuando el asalto de Jerónimo García a Sabana de Uchire, donde residía con sus padres y hermanos. No podía olvidar la fecha. Eso fue el 24 de diciembre de 1.864. Esa noche los Itriago y los Armas celebraban el matrimonio de Camilo Rojas con Rufa Anato. Su padre, don Tomas Itriago, perdió la vida atravesado de un lanzazo, al intentar, espada en mano, pasar una palizada. Su madre, doña Blasina Armas Madurera, con todos sus hijos pequeños, a pie, se vio esa noche obligada a abandonar la población. En esa ocasión, a Domingo Itriago, que huyó en compañía de su hermano don Clemente, lo mataron en Montecristo, en el camino a Guanape. Don Clemente salvó la vida milagrosamente, al meterse en un poso de agua. Y todos eran hermanos de su padre, como lo fue también don Deogracia Itriago, asesinado en el cerro Guamachito por un ahijado suyo. ¿Cómo olvidar estos recuerdos?.
Como a las 2:30 p.m. el General Itriago Armas salió de la casa de su hermana. Solo, a pie, paso a paso. No llevaba arma alguna. En su mano derecha tenía un foete pequeño, con el que se golpeaba la bota y el pantalón, como si se sacudiera el polvo. Tenía amarrado un macho muy brioso y caminador, su bestia de silla, bajo un frondoso samán, en el patio de la casa del cuartel. Hacia allí se dirigía. Se oían algunos tiros dispersos.
Julio Bellorín (11) con su gente, había tomado parte atacando por el lado oeste, precisamente, hacia donde estaba instalado el cuartel. Ya había cesado la balacera y venia en retirada, ojo avizor, tratando de localizar alguno de sus hombres. A distancia vio al General Itriago Armas que venía a pie, con su bestia de diestro. Era un blanco magnifico! “Mejor es quitar a este hombre del medio”, dijo. Tendió su arma, un Winchester con el que no fallaba un tiro. Levantó la mirilla para ver por el extremo superior. “Son como doscientos metros. Por más que baje el plomo, no lo pelo”, dijo, accionando el gatillo.
La bala alcanzó al General Itriago justamente en la esquina del fondo de la casa de don Justo Márquez, y allí cayó, herido de muerte. El Balazo, en el bajo vientre, le destrozó órganos vitales. Un oficial que estaba cerca corrió para auxiliarlo y varios soldados hicieron una descarga hacia el rumbo de donde había salido el disparo.
El General Zenón Marapacuto, en venganza, quería tomar represalias pero el General Itriago, herido de muerte como estaba, se opuso. Tomas Pérez Itriago, su pariente, fue corriendo donde Marapacuto a decirle que no intentara saquear el pueblo, y como prueba de que había sido mandado por el mismo General Itriago, llevó su sombrero. A regañadientes Marapacuto acató la orden.
Esa misma noche Chucho Armas informó a personas de su familia que él fue el autor del disparo que segó esa vida (12). ¿Qué buscaba con eso? La verdad se supo después. Julio Bellorín nunca hizo alarde de esa muerte, pero en conversaciones con Ricardo y Julio Alfonzo Rojas, en Sabana de Uchire, les refirió los detalles de este incidente.
A la muerte del General Manuel Itriago Armas, el General Zenón Marapacuto asumió el mando de las tropas (13). Por cierto que los familiares del Coronel Pedro Rafael Armas guardan todavía un ingrato y penoso recuerdo de su comportamiento, inmediatamente después de la pelea no permitió que se levantara el cadáver, el cual estuvo expuesto al sol por varias horas (14). Accedió finalmente a petición de Don Felipe Silva, cuando, organizadas apresuradamente sus tropas, su corneta de ordenes tocó retirada rumbo a su cuartel en la zona montañosa de Alto Uchire, el único sitió donde se encontraba seguro.
Notas al pie de página:
Por: Julio José González Chacín.
El alzamiento de La Victoria el 20 de Diciembre, a la cabeza Luciano Mendoza, presidente del Estado Aragua, marca en realidad el principio de la revolución. La acción del Cerro el Zamuro, en la capital de Bolívar, es el fin. Se peleó el 19 y el 20 de Julio. Doscientos cincuenta muertos y más de cuatrocientos heridos es el balance de los atacantes. Ochocientas bajas entre muertos y heridos sufren los rebeldes. A estas cifras los vencedores suman 3.275 fusiles, cuatro cañones, una ametralladora, una caja de dinamita, doscientas sesenta y cuatro granadas, trescientas libras de pólvora, más de medio millón de cápsulas y seis millones de fulminantes. Los rendidos suman doscientos veintiséis jefes y oficiales y ochocientos soldados de la Libertadora. El General Nicolás Rolando, jefe rebelde de oriente, de enorme ascendiente regional, esta entre los presos.
Además de las grandes batallas de La Libertadora, demasiada sangre se derramó en esos diecinueve meses. Ardieron pueblos, potreros y haciendas y en un sinnúmero de escaramuzas cayeron demasiados venezolanos: campesinos y pueblerinos arrastrados inconscientemente a la destrucción. La acción de Guanape, descrita por Rafael Armas Alfonso, maestro de escuela de muchos años, historiador con buena obra en vías de publicación, muestra lo que de encono fraticida tuvo la Libertadora en esa región agropecuaria de Anzoátegui. ¿Qué fue la pelea de Guanape? Una escaramuza entre hacendados, entre familiares, entre terratenientes. Sus puntos de diferencia se exteriorizaban afecciones a este o aquel caudillo o ambiciones de poder entre los que lo detentaban y los que lo aspiraban por la vía de la fuerza. Ni unos ni otros proporcionarían a sus pueblos posibilidades distintas a las que inveteradamente se les han negado a comunidades de escaso destino social. Las conclusiones que resultan conforman un cuadro de heroicidades innecesarias: una sola familia enlutada y un cadáver expuesto al sol hasta que la insania de un violento cabecilla rural permite que lo recojan para su entierro, el de Manuel Itriago al lado de su sobrino, en el mismo pedazo de tierra del cementerio local, los dos compartiéndose las mismas flores escasas.
El 12 de diciembre de 1.902, en plena Revolución Libertadora, el General Manuel Itriago Armas (a) Veneno, ocupaba militarmente a Guanape con fuerzas del Gobierno. “Las tropas, veteranas, disciplinadas, en su mayoría las había traído de Caracas” (1). Su cuartel ocupaba la casa llamada La Estrella, ubicada en la Calle Real, en el cruce con un callejón que sale a la plaza. Frente a esa casa, por el lado izquierdo, está la quebrada Calanche y más allá el bosque, la montaña. Esa casa, techada de tejas, hace esquina, aún existe, deteriorada, ruinosa. Allí estaba acuartelado también en su condición de 2do jefe de las fuerzas, el General Zenón Marapacuto, quien había traído unos sesenta hombres bien armados, todos ellos de los caseríos Santa Bárbara y Alto Uchire. Uno y otro estaban en expectativa, dispuestos a defender a Guanape como diera lugar.
Después de la derrota de El Guapo, algunas de las guerrillas formadas por revolucionarios de la zona norte del Estado Anzoátegui, mejor dicho, de la costa del Unare, habían logrado reunirse bajo el mando del Coronel Pedro Rafael Armas, “oficial de valor e impetuosidad comprobados” (2).
Esas guerrillas eran comandadas por pequeños caudillos, los más hombres de hogar y de trabajo, ninguno, realmente era oficial de escuela: Manuel Monserrate de Armas Álvarez, uchireño hacendado, José Vicente Mata Armas, de Píritu, Manuel Santamaría, de Clarines, y José Gregorio Bastardo, de el Hatillo. Estos fueron los del ataque a esa plaza.
Erróneamente se ha afirmado que otros jefes revolucionarios acompañaron al Coronel Pedro Rafael Armas en esa oportunidad. Es incierto. Nicolás Bottaro, hijo de Clarines, criador, dueño del hato La Pedrera, Matías Morffe Marcano, agricultor y criador, dueño de una posesión ubicada entre Las Pinteras y Urape, en jurisdicción del municipio Sabana de Uchire, y don Pancho Lusinchi, de Clarines, criador, dueño del hato Corcobao, no estuvieron en la pelea de Guanape.
Ubicados en Clarines, a los jefes de guerrillas les resultó un problema difícil unificar criterios en cuanto a los movimientos de la revolución. “Las discusiones en el campamento, entre los jefes, eran muy frecuentes. No lograban ponerse de acuerdo” (3). Manuel Monserrate de Armas, José Gregorio Bastardo y Manuel Santamaría insistían en el ataque a Guanape, y, sin rodeos, expresaban sus dudas de que el Coronel Pedro Rafael Armas se atreviera a atacar esa plaza, defendida como estaba por su pariente el General Manuel Itriago Armas.
La decisión de tomar a Guanape a toda costa se tomó el 10 de diciembre, después de acaloradas discusiones y no fue sino una temeraria demostración de valor y coraje por parte del Coronel Pedro Rafael Armas (4), a pesar de que ambas cualidades eran suficientemente reconocidas por todos los que le acompañaban. Entre estos, con categoría de oficiales, estaban Chucho Armas, su hermano, Manuel Santamaría, ya citado, y Adolfo Quiaro, nativo de Clarines, quien había sido ayudante de Bottaro. Le acompañaba también otro buen oficial, de apellido Guacarán, nativo de El Guamo, que con el, con Pedro Rafael, había hecho toda esa campaña.
Esos primeros días de diciembre de 1.902, para los revolucionarios de Clarines, fueron de mucha actividad. Del cuartel, ubicado en la Casa Amarilla, frente a la plaza, salían las comisiones, que no se daban descanso. Se buscaba bestias, monturas, armas, y, por supuesto, reses para el abastecimiento de la tropa. Muchos hatos fueron requisados, pero sus dueños habían traspuesto sus bestias de silla, que era lo que con más empeño se trataba de conseguir. Sin embargo, algo se trajo de Amana y de Palmira, de El Bagre, de San Isidro y Los Barrancos, en la cercanía de La Encantada. Esas comisiones lograron además que algunos se sumaran espontáneamente al movimiento.
En la población existía cierta inquietud, cierto temor difícil de disimular. Algunos hijos de Clarines prestaban servicio militar bajo las órdenes del General Itriago, y nadie podía prevenir los resultados de un encuentro, tantos eran los preparativos bélicos que se estaban observando.
Por otra parte, la actividad económica se encontraba totalmente paralizada. La mayoría de los comerciantes preferían esperar, temían correr el riesgo de que se les pidiese una obligada contribución en dinero efectivo, como se había impuesto en anteriores oportunidades. Este temor era el tema de las conversaciones de don Pancho Medina y de don Juan Chacín, dueños de establecimientos mercantiles en la Calle Comercio. En la farmacia de don Plácido Gutiérrez las reuniones eran muy frecuentes y los comentarios de la situación exponían claramente las simpatías de los asistentes hacia el General Nicolás Rolando y los otros jefes de la Revolución Libertadora. A esas reuniones asistían el Dr. J de J Tirado, don Julio y don Reinaldo García Ramírez, don Julián Alfonzo y otros más. Pero era evidente que les inquietaba ese inusitado movimiento de gente armada que había tomado la población. Ni los cargadores de agua, ni los que traían del campo frutos o animales para vender, se veían en las calles. El negocio de don Manuel Ávila Salazar, ubicado en la misma casa donde tenía su familia, situado a dos cuadras de la plaza, en la calle San Antonio, abría una de sus puertas un rato en la mañana. Su dueño lo hacía, mas por hablar con algunos oficiales y elementos de tropa, de los que pasaban por la calle, que por venderles algo. Don Manuel Ávila simpatizaba también con La Revolución Libertadora, revolucionario como había sido durante toda su vida. Don Ramón Alfaro, dueño de un negocio de mercancías y víveres ubicado en la casa Nro. 72 de esa misma calle San Antonio, casa diagonal hoy al dispensario, accedía a vender algo, pero a determinadas personas, y lo hacía por el zaguán. Don Antonio Requena Gómez, que tenía un negocio y una panadería en su casa de la calle San Antonio Nro. 82, hoy propiedad del señor Francisco Bustillos, no habría sus puertas a nadie, su esposa, doña María Medina, nerviosísima con ese tropel de caballería que con sus cascos sacaba estrellas al empedrado de la calle, no se lo permitía. Don Agustín Monteverde, establecido en la casa Nro. 88 de esa calle, casa que hoy es propiedad del señor Arturo Armas López, doña Adelina Bottaro, en su casa de La Cruz del Zorro, y don Pancho Lusinchi, en la última casa de esa calle, frente al puente que comunica con el caserío La Cruz de Belén, mantenían una misma actitud: no abrían sus puertas. Era notorio que ningún viajero, ningún arreo llegaba a Clarines, ocupada como estaba la ciudad por los revolucionarios.
El viejo Domingo Pérez, encargado de prende los faroles, hacía días que no salía con su escalera al hombro y su lata de kerosene, pues había tenido que suspender su trabajo por recomendaciones de su mujer, doña Vicenta. Al oscurecer todas las salidas de la población eran ocupadas por centinelas y los cambios de guardia obligaban a los vecinos a la vigilia y a los comentarios en voz baja.
Don Julián Alfonzo, quien había dejado de ir a su hato Cuapa por permanecer al lado de su familia y por ver en que paraba todo ese inusitado movimiento, a petición de los revolucionarios accedió a ir a Guanape con una comisión sumamente delicada: proponer al General Manuel Itriago Armas que se sumara al movimiento, pero esta fue una gestión inútil. “Ya tengo este compromiso con el General Cipriano Castro. Yo soy hombre de palabra”, fue toda su respuesta.
El General Itriago Armas, a su vez, por intermedio de personas de la familia, trató de persuadir a su pariente: “Dígale a Pedro Rafael que no me ataque, que eso será una imprudencia”. Resultaba evidente que no deseaba la pelea, y, en consecuencia, en esos primeros días de diciembre, se preparaba para desocupar la plaza.
A pesar de todo, terminados los preparativos, se emprendió la marcha hacia Guanape. La salida de Clarines fue en la alta madrugada de ese 12 de diciembre. Esas guerrillas comandadas por Pedro Rafael, en honor a la verdad, no constituían ningún ejército. Sus efectivos alcanzaban a 480 hombres, incluyendo los que mandó, a última hora, don Carmen Itriago, todos ellos peones y vaqueros de su hato Arenas. “Eran fuerzas de infantería, la oficialidad, y no toda, montaba en bestias. El armamento era desigual, un verdadero muestrario. Unos pocos máuseres, Winchester y mosquetones, que habían sido utilizados en otras guerras, cubanos, un arma que llamaban charpa, y escopetas de pitón de uno y dos cañones. El parque que llevaban no eran gran cosa” (5)
Como a las 9 y 30 a.m., frente al caserío Las Varas, Manuel Santamaría, picando espuelas a su caballo, se arrima al de Pedro Rafael y le dice: “Mire compadre!, usted lleva a su lado a Guacarán, que es buen oficial y como bueno que es lo ha acompañado en toda esta guerra, desea Chucho, su hermano, para que me acompañe”, a lo cual Pedro Rafael accedió.
Antes de las 11 a.m. rodearon la plaza. Un grupo de hombres de a caballo, a toda carrera, fueron los primeros en entrar a la población, la que atravesaron sin detenerse. Se oían gritos y descargas de uno y otro lado. Don Pedro Herrera, en su casa, no hallaba donde esconderse. Lina y Fidelia Turipe corrían de uno a otro rincón implorando a la Virgen de Candelaria que las protegiera. En la casa de los Armas Domínguez el pánico se apoderó de todos: Rosa enterró sus prendas bajo un ladrillo, a Amparo, su hermana, el susto le produjo vómitos y diarrea. Rafael Alejo, en el momento de comenzar el tiroteo, entraba a su casa con dos toretes que traía para su venta. Estos animales quedaron sueltos porque no dio tiempo para amarrarlos. Rafael Alejo gritó: Todo el mundo al suelo, boca abajo!. Del susto tan grande, se enfermó (6).
Del cuartel, mandado por Marapacuto, el primero en salir fue Policarpo Morffe, oficial, que con varios soldados hizo frente a los atacantes. Las descargas continuas y los gritos se oían por todas partes. Pedro Rafael entró por La Tejería con su guerrilla, y allí, tras de la Iglesia, le mataron a Guacarán.
Enardecido, avanza espada en mano, gritando a los suyos: “Avancen, muchachos!” pero los defensores no dan el frente, no se dejan ver sino cuando apenas asoman las puntas de los fusiles para disparar. Se protegen tras de las esquinas, tras de los árboles de la plaza, tras de las palizadas de las casas. Corriendo atraviesan la calle, buscando protegerse de las descargas. Buscan hacia el callejón situado entre la calle comercio y la calle Santa Rosa, y, por un boquete que ven en la palizada de la casa de don José Antonio Gutiérrez, entra la guerrilla, ya diezmada, pues en ese corto trayecto han perdido cuatro hombres.
En el patio de la casa, tras del grueso cañón de un cují, la gente del General Manuel Itriago ha improvisado una trinchera. La defienden Santos Mendoza y un indio nativo de Píritu, de apellido Araguaney. Ante éste, espada en mano, preséntase Pedro Rafael: “Ríndanse!”, le grita, y el otro levantando a medias el fusil, acciona el gatillo. El balazo, en la parte baja del cuello, detiene su marcha y cae. Los de esa trinchera suspenden el fuego. ¿Y este quien es?, le pregunta Araguaney a Santos Mendoza, que lo tiene al lado. “Carajo!”, le dice Santos. “Este es Pedro Rafael, el jefe de la revolución!”. El soldado piriteño se asustó muchísimo. “Yo no sabía yo no sabía”, repetía azorado, con pena (7). La tradición oral ha recogido esos detalles, tal como se mencionan.
¿Que parte tomaron en la acción las tropas comandadas por Manuel Monserrate de Armas, por Bastardo, por José Vicente Mata y por los otros?. ¿Qué parte tomaron si en la pelea los muertos fueron cinco, y todos de la Guerrilla de Pedro Rafael?.
Terminada la pelea, de regreso hacia Clarines por el camino real, llega Chucho Armas a Las Varas, a la casa de Teodoro Magallanes y preguntó quienes habían pasado. Bueno, le contestó el otro, pasó Monserrate con su gente, pasó también Manuel Santamaría con los suyos, después pasó Bastardo, después José Vicente… ¿Y Pedro Rafael, le interrumpió Chucho. No, Pedro Rafael no ha pasado, contestó Magallanes.
Chucho Armas volvió grupas su bestia, se regresó. En el paso del río, a mano derecha, subió por su cauce, y, dejando éste, tomó el curso de la quebrada Calanche para observar, con alguna protección, los movimientos en el pueblo. Por allí se quedó hasta el oscurecer, hasta que vio salir las tropas de Marapacuto. Esa noche se encontraba en el velorio del hermano.
La guerrilla de Manuel Monserrate de Armas, integrada por uchireños, durante la pelea se había dispersado completamente, de tal manera que cuando el pasó frente a la casa de Magallanes, rumbo al camino que sube a Sabana de Uchire vía Cerro Verde, solo llevaba un reducido número de soldados. Fue la guerrilla más numerosa de las que concurrieron al ataque de Guanape, pues la formaba un contingente de más de cien hombres. Juan Cabeza, Ramón Duerto, Andrés Cacharuco, Enerio Párica, Valentín Guacha, Ignacio Macayo, Segundo Tarache, Matilde Estacio, Francisco Marapacuto y Raimundo Macuma se contaron entre ellos. Sus oficiales Eusebio Aguilar, Hilario Meza, Pablo Avilé, José Gabino Tovar y Julio Bellorín eran hombres de valor y con una cualidad sobresaliente: leales a la palabra empeñada. Este grupo de uchireños, así como los otros grupos, constituían una montonera. Criadores o agricultores, obreros, hombres del campo o de la ciudad, con limitados recursos económicos o sin ellos, ¿Por qué iban a la guerra? Simplemente porque todo el que se consideraba un hombre iba. En algunos casos, tomar parte en esas revoluciones era algo así como una obligación, pues se presentaba un medio fácil para saldar diferencias o cobrarse deudas personales, y si padre y abuelo habían tenido destacada actuación en los movimientos armados de su tiempo, ¿Cómo justificar el hecho de permanecer indiferente? (8). Por otra parte, regados por todo el territorio venezolano aún vivían algunos oficiales y soldados de los que combatieron en la guerra de independencia, y estos hablaban de sus proezas, de su participación en esa contienda (9). De hecho, tales relatos incitaban al hombre a enrolarse en el primer movimiento armado que se presentara. Decir “ese peleó en La Guerra Federal” equivalía a decir que pasó por la mejor escuela de ese tiempo.
¿Qué buscaba Pedro Rafael Armas al atacar a Guanape?. En el supuesto de que hubiera logrado tomar la ciudad, ¿Qué ventajas le reportaba al movimiento, a la revolución, si en realidad esa plaza, militarmente, carecía de importancia?.
Ese día del ataque a Guanape, al General Manuel Itriago le había llegado su hora. Todo el tiempo que duró la pelea lo pasó donde su hermana Inés María Itriago, esposa del señor Pedro Pérez Ramos, quien vivía en una casa de esquina, frente a la plaza, a una cuadra del cuartel. Desde allí mandó varias veces a Nico Rojas, su asistente, para preguntar a Marapacuto como veía la situación. “Dígale al General Itriago que no salga, que espere más bien un rato. Dígale que la situación es buena, que no se preocupe. Dígale que yo estoy dando aquí, en el comando, las órdenes convenientes” (10).
Cuando la muerte se acerca, el recuerdo de familiares desaparecidos viene más de prisa. El General Manuel Itriago, en este asalto a Guanape, por segunda vez en su vida se encontró en una acción semejante. Ciertamente, un hado adverso, trágico, señaló el destino de miembros de su familia, pues varios de ellos perecieron en forma violenta. Tenía el 9 años cuando el asalto de Jerónimo García a Sabana de Uchire, donde residía con sus padres y hermanos. No podía olvidar la fecha. Eso fue el 24 de diciembre de 1.864. Esa noche los Itriago y los Armas celebraban el matrimonio de Camilo Rojas con Rufa Anato. Su padre, don Tomas Itriago, perdió la vida atravesado de un lanzazo, al intentar, espada en mano, pasar una palizada. Su madre, doña Blasina Armas Madurera, con todos sus hijos pequeños, a pie, se vio esa noche obligada a abandonar la población. En esa ocasión, a Domingo Itriago, que huyó en compañía de su hermano don Clemente, lo mataron en Montecristo, en el camino a Guanape. Don Clemente salvó la vida milagrosamente, al meterse en un poso de agua. Y todos eran hermanos de su padre, como lo fue también don Deogracia Itriago, asesinado en el cerro Guamachito por un ahijado suyo. ¿Cómo olvidar estos recuerdos?.
Como a las 2:30 p.m. el General Itriago Armas salió de la casa de su hermana. Solo, a pie, paso a paso. No llevaba arma alguna. En su mano derecha tenía un foete pequeño, con el que se golpeaba la bota y el pantalón, como si se sacudiera el polvo. Tenía amarrado un macho muy brioso y caminador, su bestia de silla, bajo un frondoso samán, en el patio de la casa del cuartel. Hacia allí se dirigía. Se oían algunos tiros dispersos.
Julio Bellorín (11) con su gente, había tomado parte atacando por el lado oeste, precisamente, hacia donde estaba instalado el cuartel. Ya había cesado la balacera y venia en retirada, ojo avizor, tratando de localizar alguno de sus hombres. A distancia vio al General Itriago Armas que venía a pie, con su bestia de diestro. Era un blanco magnifico! “Mejor es quitar a este hombre del medio”, dijo. Tendió su arma, un Winchester con el que no fallaba un tiro. Levantó la mirilla para ver por el extremo superior. “Son como doscientos metros. Por más que baje el plomo, no lo pelo”, dijo, accionando el gatillo.
La bala alcanzó al General Itriago justamente en la esquina del fondo de la casa de don Justo Márquez, y allí cayó, herido de muerte. El Balazo, en el bajo vientre, le destrozó órganos vitales. Un oficial que estaba cerca corrió para auxiliarlo y varios soldados hicieron una descarga hacia el rumbo de donde había salido el disparo.
El General Zenón Marapacuto, en venganza, quería tomar represalias pero el General Itriago, herido de muerte como estaba, se opuso. Tomas Pérez Itriago, su pariente, fue corriendo donde Marapacuto a decirle que no intentara saquear el pueblo, y como prueba de que había sido mandado por el mismo General Itriago, llevó su sombrero. A regañadientes Marapacuto acató la orden.
Esa misma noche Chucho Armas informó a personas de su familia que él fue el autor del disparo que segó esa vida (12). ¿Qué buscaba con eso? La verdad se supo después. Julio Bellorín nunca hizo alarde de esa muerte, pero en conversaciones con Ricardo y Julio Alfonzo Rojas, en Sabana de Uchire, les refirió los detalles de este incidente.
A la muerte del General Manuel Itriago Armas, el General Zenón Marapacuto asumió el mando de las tropas (13). Por cierto que los familiares del Coronel Pedro Rafael Armas guardan todavía un ingrato y penoso recuerdo de su comportamiento, inmediatamente después de la pelea no permitió que se levantara el cadáver, el cual estuvo expuesto al sol por varias horas (14). Accedió finalmente a petición de Don Felipe Silva, cuando, organizadas apresuradamente sus tropas, su corneta de ordenes tocó retirada rumbo a su cuartel en la zona montañosa de Alto Uchire, el único sitió donde se encontraba seguro.
El Morro de Barcelona: 26 de Diciembre de 1.971.
Notas al pie de página:
- Información dada personalmente al autor por don Arturo Armas Itriago, en Clarines, el 4 de abril de 1.970.
- Juicio de don Arturo Medina Alfonzo en “Mi Provincia y sus Valores”, página Nro. 159, 1era edición, 1.944.
- Información dada personalmente al autor por don Tomás Miranda Ferrer, en Clarines, el 17 de enero de 1.969. Don Tomás tomó parte activa en La Revolución Libertadora. Estuvo en la pelea de Aragua de Barcelona y en la de Mayare. Poseía una extraordinaria memoria.
- “Pedro Rafael Armas era alto, flaco, delgado, tan delgado que parecía un carapacho. Hombre de recio carácter, no le tenía miedo a nadie. Era un cascabel”. Así lo describe don José Marín, en conversación con el autor, en Barcelona, el 22 de marzo de 1.971. Pedro Rafael Armas fue hijo de don Felipe de Armas Ruiz y de doña Margarita Itriago Domínguez. Era casado con Felicia Bustillos Gutiérrez y dejó dos hijos: Carmen Amparo y Pedro Rafael.
- Información de don José Antonio Marín, en Barcelona, marzo de 1.971. Don José Antonio Marín fue uno de los hombres de la Revolución Libertadora. Estuvo en la pelea de El Guapo. Fue reclutado en Guanape, adonde había ido con dos burros, acompañando a Enrique Roxbergh, quien iba a comprar tabaco. Transcurridos más de sesenta años, don José Antonio aún lamentaba la pérdida de los animales.
- Información de la señora Providencia de Chivico.
- Datos suministrados por don Emilio Chivico, en Clarines, noviembre de 1.971. Don Emilio recogió esa información de Santos Mendoza, de quien oyó la relación pormenorizada de esos sucesos más de una vez.
- Ese es el caso, por ejemplo, de Manuel Monserrate de Armas. Su padre, el General Manuel Monserrate de Armas Matos, más fue el tiempo que pasó en campaña que en su casa. Su abuelo, Don Vicente María de Armas, perdió la vida a manos de una patrulla o campo-volante en la época de los guaricongos. Había salido de su casa para la hacienda y no regresó. El perro que siempre le acompañaba se presentó a los cinco días, hambreado, maltrecho. Información de Doña Wintila Armas de Mata Medina, en Sabana de Uchire, el 30 de mayo de 1.955.
- En Clarines vivió don Benedicto Sotillo, quien fue oficial del ejercito del General Manuel Piar. El tema predilecto de su conversación eran los relatos de la guerra, que lamentablemente nadie recogió. Don Benedicto falleció el 1 de enero de 1.909, en una choza que había construido en El Cascarón, a orillas del camino hacia La Cruz de Belén, cerca de Clarines.
- El señor Rafael Esteban Rojas Itriago, en San José de Guaribe, el día 8 de agosto de 1.971, dio al autor la más exacta y fiel relación de los sucesos de Guanape, donde perdió la vida el General Manuel Itriago, de quien es pariente cercano. Sea oportuno el momento para agradecerle su generosa y espontánea colaboración.
- “Julio Bellorín era de mediana estatura, delgado, aindiado, de agradable fisonomía, jugador de las armas, buen tirador, era hombre de pocas pulgas, herrero, carpintero-ebanista, músico”. Así lo describió el señor Francisco Manuel Mata Armas, que lo conoció personalmente. Barcelona, diciembre 1.971.
- “Mira. No tengas cuidado, que tu muerte va a ser fea”, le dijo una de las Armas Domínguez a Chucho, esa noche, cuando se hablaba de la imprudencia de ese ataque a Guanape. Chucho Armas era revoltoso, inquieto. Un día que hacía acrobacias en uno de los arcos laterales de la Iglesia de Clarines, al pisar en falso un ladrillo, se vino al suelo, donde lo recogieron inconsciente. ¡Ni siquiera tuvo una fractura! En 1.918 lo atacó la peste Española. Sus familiares, presurosos, lo metieron en una urna y con el partieron hacia el cementerio. En el transito, los cargadores sintieron que se movía. ¡Vamos, apúrate que faltan otros!, fue la respuesta que dieron al que pidió bajar la urna para ver que pasaba. Los de aquel tiempo que aún viven en Clarines aseguran que a Chucho Armas lo enterraron vivo.
- Al General Zenón Marapacuto lo describen sus paisanos, vecinos de Sabana de Uchire que lo conocieron, así: “Era indio puro, bajito, chifluo, con una chivita, delgado de cuerpo, tallao. Era hombre calmoso, de mucha paciencia y voz suave. Brioso de verdad verdad, jugaba las armas y era el cacique en el vecindario de Santa Bárbara, donde vivía”. El General Cipriano Castro había escrito varias veces a Marapacuto, llamándolo a Caracas, pero se excusaba. Al fin escribió pidiéndole una audiencia, la que le fue concedida sin demora. Recibido por Castro, pidió: 1) La partición de los resguardos de Indígenas de Sabana de Uchire, 2) Que se le nombrara Jefe Civil de Sabana de Uchire. Ambas peticiones se atendieron.
- Mucha de la información que aparece en este relato fue suministrada en Guanape por el señor Armando Espinoza, a quien agradecemos su colaboración.
Por: Julio José González Chacín.