El General Juan Cancio González Rojas
A los hermanos González Aragort, en San José de Guaribe
Rafael Armas Alfonzo
Por la puerta grande de la tradición entra el General Juan Cancio González en la historia de Clarines.
De temperamento revolucionario como su padre, y como este, carpintero de ribera, ebanista y santero - su primera ocupación - , terrateniente, ganadero, reconocido caudillo de la Cuenca del Unare durante casi cuatro décadas, fue, en su tiempo, el más importante personaje que tuvo Clarines.
Juan Cancio González nació en Clarines el año 1.831, en una casa grande, de paredes altas, techada de tejas, ubicada en la Loma del Viento, cerca de la Iglesia, frente al antiguo camino que baja hacia el río (1). Hijo del español – Mahonés – don Gabriel González Cánovas y María Rojas – conocida generalmente por Mariquita Rojas – de una familia de pintores, escultores y músicos que procedentes de Cumaná se estableció en Clarines mucho antes del 1.821, cuando comenzó el renacimiento del pueblo terminada la guerra de independencia (2).
Don Gabriel González además de ser carpintero de ribera, ebanista y santero, conocía cierta técnica para gravar telas y lienzos con dibujos, muy en boga en su tiempo. Amante de la cacería y experto tirador como era, inició a sus hijos en estos deportes, por el cual sintieron verdadera predilección. Los inició también en la profesión que conocía y lo logró de la manera más sencilla: desde pequeños, sus hijos fueron sus ayudantes en todas las tareas que el realizaba, así, con el transcurso del tiempo, los conocimientos y la habilidad del padre fueron patrimonio de de sus hijos. Don Gabriel González barcos y chalanas que navegaron por el río Unare, y lo mismo hizo su hijo Juan Cancio, pero los González no eran los únicos carpinteros de ribera. Vivía entonces en Clarines don Cándido Rojas – casado con Lucía Zerpa – quién tenía la misma profesión. A el se atribuye la construcción de la balandra “Constitución”, de mucho renombre en aquel tiempo por sus notables condiciones marineras. En esas embarcaciones se efectuaba el comercio de cabotaje, en aquellos tiempos muy activo entre la Guayra y el puerto fluvial de Clarines.
Cancio González, como lo llamaban sus paisanos, fue en su juventud amansador y arrendador de bestias, un trabajo peligroso y difícil, y de mucho riesgo, porque requería de coraje y habilidad por parte del jinete. De hecho, este hombre se preparó desde muy joven para enfrentar las contingencias del medio donde vivió.
Cancio González fue dueño de extensas propiedades: el terreno Cambural, en jurisdicción de San Lorenzo, Distrito Cagigal, donde tuvo un hato, los terrenos de las fuentes termales de Aguas Calientes (3) y El Destino, en el Distrito Peñalver, donde tenía otro hato, cañaverales y un alambique; los terrenos que compró a la nación en Maracual, en jurisdicción de Guanape; el hato Cautaro, a orillas del río Unare, al sur de Clarines, entre la Cruz de Belén y Maparaca, donde siempre tuvo ganado, casa y corrales; otra casa ubicada en la población de Clarines, frente a la calle San Antonio, donde tenía una desmotadora de algodón; la hacienda Araguita – comprada a Gregorio Hernández - , ubicada en jurisdicción del Distrito Bolívar, donde tenía sembradíos de caña, un trapiche y se producía papelón durante todo el año. En Barcelona, al final de la calle Bolívar, frente al cementerio, tenía una casa grande, techada de tejas, con un largo corredor hacia el frente. En Araguita, el General Cancio González vivió con Eleuteria Guerra, en quien tuvo un hijo: Hermógenes Guerra, nacido en Caigua el 19 de abril de 1.892. En Araguita se alzó, ese año, con la gente que llevó a San Mateo
“Cancio González era pequeño de estatura – cintura de mono - , es decir, muy delgado” – nos dijo hace años en Clarines doña Carmelita Portillo, que lo conoció personalmente. - “Hombre de mucha calma, de andar despacio y siempre con las manos en la espalda. Pocas y raras veces veía la cara a las personas con quien hablaba, y si lo hacía no lo miraba de frente sino de medio lado. Hablaba muy poco. Al General Cancio González siempre lo vi usando el uniforme de campaña: un traje completo de color oscuro, corbata y un chalequito “mujo”, quiere decir marrón oscuro, y botas de montar, altas, con espuelas. ¿Qué como era?. Era un hombre serio, que infundía respeto. Amargo, malicioso, muy jodío. Tenía que se malo. Se jefe no es cualquier cosa”. Esa era la impresión que tenía de el doña Carmelita, que dicho sea de paso, era vecina suya.
Don Genaro Alen, nativo de Caigua, vivió los últimos años de su vida en Clarines, dedicado al comercio. Cuando supimos que había conocido personalmente al General Cancio González fuimos en su búsqueda. Interesados en conocer un poco más de la vida de este hombre, por quien sentimos desde muchachos tanta curiosidad. – “Sí, yo conocí bastante al General Cancio González. Siendo muy joven serví bajo su mando. Todavía lo recuerdo: muy estricto, muy exigente con el servicio. No lo vi reír nunca. Dormía dondequiera, pero no amanecía donde se acostaba. Al salir en campaña, a todos los soldados nos hacía cortar el pelo al ras del cuero cabelludo. A ninguno se nos permitía dejarnos unas mechas, y lo cierto es que toditos quedábamos como una manada de loros pichones. Peleábamos desnudos en los asaltos que se daban en noches oscuras y esto tiene su explicación: al estirar el brazo izquierdo, si tocábamos los cabellos del contrario, o un trapito – generalmente la franela – descargábamos sobre él el machete. Entre nosotros no había uno solo que aceptara de buena gana la guardia de centinela, por los caminos o veredas por donde se podía llegar al campamento. Todos sabíamos que el General Cancio González esperaba hasta la media noche o las horas de la alta madrugada para visitar el puesto, con el mayor sigilo, para ver si estábamos alerta. Se decía que él mismo pasaba por las armas, por su propia mano, al que encontrara desprevenido, o lo que es peor, durmiendo”.
Juan Cancio González comenzó sus campañas a los catorce años. Simón Campos, a quien - por mal nombre – llamaban en Clarines Bola e´ Chivo, fue su asistente, mientras vivió. Don José Gregorio Portillo, uno de sus mejores biógrafos, comenzó a servir con él desde muy temprana edad. “Yo no había acabado de crecer; tendría entre doce y trece años” – nos dijo (4). – “Era el cajero, el que tocaba la caja, que ahora llaman redoblante. En ese trabajo sustituí a Guaron, por mal nombre porque por el bueno se llamaba Pedro Valderrama – padre de Atanasio Guarapana – que fue cajero y furruquero en Clarines, en tiempos de la revolución de Los Azules. Guaron estaba ya muy viejo y no aguantaba las marchas a que el General Cancio González sometía, casi a diario, a los hombres que formábamos su ejército (5). Ese ejército se componía de campesinos de la cuenca del Unare, en su mayoría trabajadores suyos, peones y mayordomos de sus hatos y haciendas y fluctuaba entre trescientos y quinientos hombres, bien entrenados. El soldado recibía su ración de carne cruda – más o menos una libra – y casabe. Como pago recibían dos y medio riales diarios, que era el jornal que se pagaba en aquel tiempo por tarea, a los trabajadores del campo. Entre la oficialidad que acompañaba al General Cancio González en sus campañas no faltaba su hermano Nicasio González Rojas, el Comandante José Mercedes Taza, Balbino Bolívar – su vitalicio mayordomo de Aguas Calientes (6) - , y Benito Chacín, que merece un comentario aparte (7).
La mayoría de los combates que tuvo el General Cancio González en la cuenca del Unare fueron contra las fuerzas comandadas por el General Braulio Yaguaracuto, vecino de Píritu, militante entonces del partido contrario, el liberal. Uno de los primeros encuentros fue en las inmediaciones del hato “El Jovito”, de Don Emilio Barrios Bustillos, ubicado entre el Morro de Unare y el río de este mismo nombre. Tanto Yaguaracuto como el General Cancio González habían salido de sus cuarteles para recoger unas reses destinadas al mantenimiento de la tropa, y allí, en esa meseta limitada al norte por el caño que con las aguas del río llena la laguna de Unare, se batieron. Nicasio González quedó maltrecho en la pelea a consecuencia de golpes y contusiones. Otros heridos de consideración fueron José María Medina – padre de Máximo Cumache – y el comandante José Mercedes Taza, que fue herido en una pierna y en la espalda.
En la pelea de “El Jovito” ninguno de los contendores quedó satisfecho y algo se dijeron porque al regresar las tropas del General Cancio González a sus cuarteles de Clarines comenzaron éstos a preparar el escenario para el próximo encuentro: en Cautaro. A la casa del hato la rodearon de empalizadas y trincheras. La primera de éstas cruzaba el camino real, en las cercanías de la Cruz de Belén. Allí dejó el General Cancio González a su segundo en el mando, el General Jesús María García; pero este, llegado el momento del ataque, horrorizado ante la horda de desalmados que se le venía encima, mandó al corneta que tocara retirada y abandonó el puesto. Era medianoche y el río Unare, fuera de su cauce, estaba botado. ¡Oye! – dijo Benita – hija del General Cancio González – Esa es la corneta de papá y está tocando retirada. - Papá va en derrota, vámonos!. La familia, Doña Josefa María Portillo, sus hijas y las mujeres del servicio, recogieron del altar los santos, un antiguo candelabro de bronce y una caja de velas, y a paso apresurado caminaron hacia la esquina del corral de ordeño, de donde salía el camino para Boca de Guaribe. No se les ocurrió llevar mas nada (8). Después de tres días, cuando la familia volvió, encontró en la casa varios hombres heridos y en las paredes huellas de manos llenas de sangre. Saquearon la casa. Las piezas de tela que no se llevaron las destrozaron. En la troja, sobre el fogón de la cocina, no dejaron ni una mazorca de maíz, ni una sola maraca de frijoles, ni un solo grano de sal. Todo lo que representaba algún valor se lo llevaron. Ese fue el botín de guerra que llevó el General Braulio Yaguaracuto (9).
En 1.870 la Guerra Federal se hallaba encendida en varios puntos de la República, pero la atención general se fijaba en la región de Occidente, donde dos ejércitos contendores evolucionaban buscando las mejores posiciones para lograr la victoria. En Oriente abundaban las guerrillas y en ellas participaban incluso comerciantes establecidos – hombres mayores – que ninguna experiencia tenían sobre movimientos armados. Había entonces dos partidos que se disputaban el mando: conservadores y liberales. El 14 de agosto de 1.870 se encontraron a la entrada de la población de Clarines las fuerzas liberales comandadas por el barcelonés General Rafael Adrián hijo, con las conservadoras al mando del General Juan Cancio González, quien fue vencido. En poder del vencedor quedaron varios prisioneros, entre ellos el General Manuel Ávila Salazar, - nativo de Píritu, comerciante establecido en Clarines, donde era dueño además, del hato Tapiar, a orillas del río Unare, - y los comandantes Bartolo Perdomo, José Francisco López y Vicente González. En el campo quedaron 25 muertos entre oficiales y tropa (10).
Pasados poco mas de dos meses Braulio Yaguaracuto mandó un hombre de los suyos a Clarines, con un mensaje: - Dígale al General Cancio González – que ocupaba militarmente Clarines, - que desocupe la plaza porque yo, Yaguaracuto, voy a ir a tomarla”. El General Cancio González no esperó un segundo aviso. Se retiró con sus hombres a las montañas de las Calcetas del Bagre y dejó que transcurrieran tres meses hasta tanto los contrarios ignoraran completamente su paradero. El 12 de enero de 1.871, con el convencimiento pleno de que Yaguaracuto no lo esperaba, el General Cancio González lo atacó a media noche, dentro de la iglesia. La noche estaba oscura. Entre los primeros que entraron estaba Demetrio Acuña, que fue macheteado. Durante toda su vida llevó las cicatrices, en el cuello y en los brazos se le veían las marcas. Benito Chacín, (a) Conejo, que iba detrás de él, recibió un balazo en una pierna, que lo tumbó. Arrastrándose salió de la iglesia, atravesó la plaza y, gateando, siguió hasta la quebrada situada en el bajo de Casilda, a mano derecha, bajando por el antiguo camino hacia el río. Allí pasó tres días, le cayó gusano; pero se salvó, solo quedó cojo. Esa noche, palmo a palmo, los combatientes se disputaron el terreno. Entre las filas del contrario el General Cancio González se encontró esa noche con un amigo y compadre suyo, quien al reconocerlo le gritó: - ¡ Compadre!, no me tire , estoy rendido!” y el temible guerrillero levantando el machete le contestó: - “Yo no vine a rendir sino a mermar”…y le quitó la cabeza. La sangre en el sagrado recinto daba al tobillo. En esa acción hubo, entre ambos bandos, más de un centenar de muertos, entre ellos el General José Antonio Chacín y el Comandante Vilca (11). La pelea, que duró hasta el amanecer, fue la más encarnizada y sangrienta acción de guerra que ha tenido Clarines durante toda su historia. El General Cancio González logró una completa derrota sobre las fuerzas del temible piriteño, el “Onza” de los Yaguaracuto, según el decir popular, quien desde ese día lo bautizó con el sobrenombre de “Baquirito”. A pie tuvo que irse Yaguaracuto rumbo a sus cuarteles de Píritu. Su bestia de silla, un macho negro, lo dejó esa noche en la iglesia, amarrado del pilar del púlpito.
El General Cancio González, con el pequeño ejército que comandó en la cuenca del Unare, tomó parte en acciones militares en la islas de Margarita. Una correspondencia del General José Antonio Velutini para el General Joaquín Crespo, así lo demuestra. El 22 de junio de 1.885 estalló en Carúpano la revolución acaudillada por el General Venancio Pulgar y, para hacerle frente, el General Joaquín Crespo – presidente de la República – declaró en comisión, en resguardo del orden público, a los Generales Barret de Nazaris y José Antonio Velutini. Y es este quien moviliza, desde Clarines, al General Cancio González, quien aparece el 13 de julio en las acciones de Porlamar y La Asunción.
“La Asunción: 13 de julio de 1.885. Señor General Joaquín Crespo. Ayer ocupé a Porlamar y dos horas después de tomar posesión y pacificada la plaza, fui atacado por el enemigo en número de 700 hombres. Cuatrocientos de los nuestros bastaron para rechazar el ataque, y en la persecución que les hice ocupé las buenas posiciones que tenían camino de La Asunción. En esta acción se distinguieron Márquez, Romero, Bartolomé Ferrer, Meneses, Guzmán y Cancio González. José Antonio Velutini.”
Después de la pelea de la iglesia el General el General Cancio González dispuso de un largo período de tiempo, que aprovechó para dedicarse al fomento de sus hatos y haciendas. Consecuente con ese propósito había pedido al comercio de la Guayra un alambique para la hacienda El Destino, y como ya la caña estaba a punto de molienda y ese aparato de destilación había llegado a Puerto Píritu, al recibir el aviso salió para allá dispuesto a recibirlo.
Los terrenos de la hacienda El Destino quedan a orillas de la laguna de Unare, al pie de la serranía de Aguas Calientes, y, para ir desde allí a Puerto Píritu hay que venir, costeando la laguna, hasta el antiguo caserío Chávez, seguir hasta Boca de Uchire y de allí en adelante el camino es por la misma orilla del mar, es decir por la playa. Y esa fue la vía que tomó el General Cancio González. Llegó al poblado de El Hatillo y no se detuvo. Un poco más adelante, en Boca de Unare, vivía Don Pancho Rojas, su pariente, pero tampoco quiso detenerse. Eran cerca de las diez de la mañana cuando ve venir, por el mismo camino, un hombre en bestia. A poco se reconocieron y cuando uno llegó frente al otro, el General González lo alertó y revólver en mano le dijo: - “Aquí es donde usted, Braulio Yaguaracuto, me va a entregar mi mula. Usted me mata a mi o yo lo mato a usted. Yaguaracuto se apeó, desensilló la mula, se montó la silla en el hombro y regresó a pie por el mismo camino que traía. Cancio González llegó a Píritu con su mula arrebiatada. Hacían casi dos años que Yaguaracuto tenía esa bestia, desde la noche del asalto al Hato Cautaro, cuando la encontró suelta, en uno de los corrales inmediatos a la casa. El General Cancio González la había mandado a pedir varias veces; pero Braulio Yaguaracuto se había negado a devolverla.
A mediados de noviembre de 1.892 salió de Clarines, en campaña, el General Juan Cancio González. Durante toda su actuación es la primera vez que sale escaso de tropa, de oficiales y de parque. Como oficial lo acompaña José Andrés López, con experiencia en la guerra de guerrillas. El General Felipe Martínez – natural de San Lorenzo, General de Brigada, con despacho firmado por Joaquín Crespo - , residenciado entonces en Clarines, ha querido acompañarlo; pero resulta algo providencial que lo salva: ya en camino a San Mateo, llegando a El Carito, los alcanza un posta que se mandó para avisarle que su hija Narcisa estaba grave. Por eso Don Felipe Martínez no se encontró en la pelea de San Mateo. El General Cancio González había sido llamado con urgencia por su compadre el General José Antonio Velutini, de acuerdo con el General Manuel Guzmán Álvarez, que disponía de abundante parque y de suficientes elementos de tropa; y aunque ambos Generales se entrevistaron en San Mateo, no se coordinó bien la acción. Se ha dicho repetidas veces que esa acción de San Mateo fue una temeridad. Y eso fue, realmente: un hecho de armas realizado sin ninguna razón de ser, sin nada que lo justifique.
Ese 23 de noviembre de 1.892, después de recibir por tres veces, al mensajero del General Braulio Yaguaracuto, invitando al General Cancio González a una entrevista, comenzaron los fuegos aproximadamente a las 9 am. Las descargas se efectuaban de trinchera a trinchera. No hubo otro enfrentamiento. A mediodía el General Pedro Rodríguez ya se había retirado y acabado el parque salía el General Cancio González y José Andrés López fuera de la iglesia, cuando, deteniéndose de repente, dijo: - “Cancio González no ha huido nunca. Vamos a aguantarnos; vamos a pelía una hora más”, a lo que contestó su compañero José Andrés López: - “Pero General, vamos a retirarnos mas bien!, - nos van a matar como unos pendejos!, - No tenemos gente!, - Vámonos! Y, paso a paso se encaminaron a unos cujíes, en medio del ruido de las descargas, cuando fue alcanzado José Andrés López. Caía este y al ir a agarrarlo Cancio González recibió un balazo en la frente, hacia un ojo, que lo dejó muerto en el acto. Les faltó prudencia, buen juicio. ¿Cuál sería la razón para que expusieran así sus vidas?. La verdad simple y sencilla, la supimos muchos años después en San Mateo: el General Cancio González y muchos de sus hombres estaban borrachos. Desde que terminaron de cavar las trincheras, el día anterior, comenzaron a tomar aguardiente y esa noche nadie durmió. El día de la pelea a los soldados se les daba ron revuelto con pólvora. Uno de sus hombres le preguntó al General Cancio González si él creía que vendría Yaguaracuto, y el le contestó: - “Deja que venga. Yo se que él es guapo, pero lo voy a esperá pa pisalo con las patas de los caballos, porque yo lo he peleado otras veces”.
El General Eleuterio García, conocido generalmente por Platero (12) – un negro alto, buen jinete, natural de los altos de Santa Fe, fue el que vino a pelear al General Cancio González. Trajo 300 hombres, y su contendor sólo tenía 60, y casi sin parque porque el General Manuel Guzmán Álvarez, sorpresivamente y sin previo aviso, levantó campamento con sus hombres…para irse a su hacienda Hato Viejo.
El día de la pelea los pobladores de San Mateo no abrieron las puertas de sus casas, con la sola excepción del señor Carlos Celta, italiano, que en tiempos de revueltas ponía en la puerta de su establecimiento comercial una bandera italiana. En esa casa se refugiaban los contendores de uno y otro bando que por estar heridos o enfermos tenían que abandonar sus filas. Petra Méndez hacía de centinela y ordenanza en la casa del italiano. Era negra y vivió mas de 100 años.
En la trinchera donde enterraron esa tarde al General Cancio González, al lado derecho de la iglesia, enterraron cinco cuerpos, - uno de ellos el de José Andrés López- , a él lo colocaron a los pies. Vivió 61 años y nadie, en la cuenca del Unare, - transcurrido un siglo de su tránsito – has suplido la falta de este hombre de recia y vigorosa personalidad.
Notas del autor:
De temperamento revolucionario como su padre, y como este, carpintero de ribera, ebanista y santero - su primera ocupación - , terrateniente, ganadero, reconocido caudillo de la Cuenca del Unare durante casi cuatro décadas, fue, en su tiempo, el más importante personaje que tuvo Clarines.
Juan Cancio González nació en Clarines el año 1.831, en una casa grande, de paredes altas, techada de tejas, ubicada en la Loma del Viento, cerca de la Iglesia, frente al antiguo camino que baja hacia el río (1). Hijo del español – Mahonés – don Gabriel González Cánovas y María Rojas – conocida generalmente por Mariquita Rojas – de una familia de pintores, escultores y músicos que procedentes de Cumaná se estableció en Clarines mucho antes del 1.821, cuando comenzó el renacimiento del pueblo terminada la guerra de independencia (2).
Don Gabriel González además de ser carpintero de ribera, ebanista y santero, conocía cierta técnica para gravar telas y lienzos con dibujos, muy en boga en su tiempo. Amante de la cacería y experto tirador como era, inició a sus hijos en estos deportes, por el cual sintieron verdadera predilección. Los inició también en la profesión que conocía y lo logró de la manera más sencilla: desde pequeños, sus hijos fueron sus ayudantes en todas las tareas que el realizaba, así, con el transcurso del tiempo, los conocimientos y la habilidad del padre fueron patrimonio de de sus hijos. Don Gabriel González barcos y chalanas que navegaron por el río Unare, y lo mismo hizo su hijo Juan Cancio, pero los González no eran los únicos carpinteros de ribera. Vivía entonces en Clarines don Cándido Rojas – casado con Lucía Zerpa – quién tenía la misma profesión. A el se atribuye la construcción de la balandra “Constitución”, de mucho renombre en aquel tiempo por sus notables condiciones marineras. En esas embarcaciones se efectuaba el comercio de cabotaje, en aquellos tiempos muy activo entre la Guayra y el puerto fluvial de Clarines.
Cancio González, como lo llamaban sus paisanos, fue en su juventud amansador y arrendador de bestias, un trabajo peligroso y difícil, y de mucho riesgo, porque requería de coraje y habilidad por parte del jinete. De hecho, este hombre se preparó desde muy joven para enfrentar las contingencias del medio donde vivió.
Cancio González fue dueño de extensas propiedades: el terreno Cambural, en jurisdicción de San Lorenzo, Distrito Cagigal, donde tuvo un hato, los terrenos de las fuentes termales de Aguas Calientes (3) y El Destino, en el Distrito Peñalver, donde tenía otro hato, cañaverales y un alambique; los terrenos que compró a la nación en Maracual, en jurisdicción de Guanape; el hato Cautaro, a orillas del río Unare, al sur de Clarines, entre la Cruz de Belén y Maparaca, donde siempre tuvo ganado, casa y corrales; otra casa ubicada en la población de Clarines, frente a la calle San Antonio, donde tenía una desmotadora de algodón; la hacienda Araguita – comprada a Gregorio Hernández - , ubicada en jurisdicción del Distrito Bolívar, donde tenía sembradíos de caña, un trapiche y se producía papelón durante todo el año. En Barcelona, al final de la calle Bolívar, frente al cementerio, tenía una casa grande, techada de tejas, con un largo corredor hacia el frente. En Araguita, el General Cancio González vivió con Eleuteria Guerra, en quien tuvo un hijo: Hermógenes Guerra, nacido en Caigua el 19 de abril de 1.892. En Araguita se alzó, ese año, con la gente que llevó a San Mateo
“Cancio González era pequeño de estatura – cintura de mono - , es decir, muy delgado” – nos dijo hace años en Clarines doña Carmelita Portillo, que lo conoció personalmente. - “Hombre de mucha calma, de andar despacio y siempre con las manos en la espalda. Pocas y raras veces veía la cara a las personas con quien hablaba, y si lo hacía no lo miraba de frente sino de medio lado. Hablaba muy poco. Al General Cancio González siempre lo vi usando el uniforme de campaña: un traje completo de color oscuro, corbata y un chalequito “mujo”, quiere decir marrón oscuro, y botas de montar, altas, con espuelas. ¿Qué como era?. Era un hombre serio, que infundía respeto. Amargo, malicioso, muy jodío. Tenía que se malo. Se jefe no es cualquier cosa”. Esa era la impresión que tenía de el doña Carmelita, que dicho sea de paso, era vecina suya.
Don Genaro Alen, nativo de Caigua, vivió los últimos años de su vida en Clarines, dedicado al comercio. Cuando supimos que había conocido personalmente al General Cancio González fuimos en su búsqueda. Interesados en conocer un poco más de la vida de este hombre, por quien sentimos desde muchachos tanta curiosidad. – “Sí, yo conocí bastante al General Cancio González. Siendo muy joven serví bajo su mando. Todavía lo recuerdo: muy estricto, muy exigente con el servicio. No lo vi reír nunca. Dormía dondequiera, pero no amanecía donde se acostaba. Al salir en campaña, a todos los soldados nos hacía cortar el pelo al ras del cuero cabelludo. A ninguno se nos permitía dejarnos unas mechas, y lo cierto es que toditos quedábamos como una manada de loros pichones. Peleábamos desnudos en los asaltos que se daban en noches oscuras y esto tiene su explicación: al estirar el brazo izquierdo, si tocábamos los cabellos del contrario, o un trapito – generalmente la franela – descargábamos sobre él el machete. Entre nosotros no había uno solo que aceptara de buena gana la guardia de centinela, por los caminos o veredas por donde se podía llegar al campamento. Todos sabíamos que el General Cancio González esperaba hasta la media noche o las horas de la alta madrugada para visitar el puesto, con el mayor sigilo, para ver si estábamos alerta. Se decía que él mismo pasaba por las armas, por su propia mano, al que encontrara desprevenido, o lo que es peor, durmiendo”.
Juan Cancio González comenzó sus campañas a los catorce años. Simón Campos, a quien - por mal nombre – llamaban en Clarines Bola e´ Chivo, fue su asistente, mientras vivió. Don José Gregorio Portillo, uno de sus mejores biógrafos, comenzó a servir con él desde muy temprana edad. “Yo no había acabado de crecer; tendría entre doce y trece años” – nos dijo (4). – “Era el cajero, el que tocaba la caja, que ahora llaman redoblante. En ese trabajo sustituí a Guaron, por mal nombre porque por el bueno se llamaba Pedro Valderrama – padre de Atanasio Guarapana – que fue cajero y furruquero en Clarines, en tiempos de la revolución de Los Azules. Guaron estaba ya muy viejo y no aguantaba las marchas a que el General Cancio González sometía, casi a diario, a los hombres que formábamos su ejército (5). Ese ejército se componía de campesinos de la cuenca del Unare, en su mayoría trabajadores suyos, peones y mayordomos de sus hatos y haciendas y fluctuaba entre trescientos y quinientos hombres, bien entrenados. El soldado recibía su ración de carne cruda – más o menos una libra – y casabe. Como pago recibían dos y medio riales diarios, que era el jornal que se pagaba en aquel tiempo por tarea, a los trabajadores del campo. Entre la oficialidad que acompañaba al General Cancio González en sus campañas no faltaba su hermano Nicasio González Rojas, el Comandante José Mercedes Taza, Balbino Bolívar – su vitalicio mayordomo de Aguas Calientes (6) - , y Benito Chacín, que merece un comentario aparte (7).
La mayoría de los combates que tuvo el General Cancio González en la cuenca del Unare fueron contra las fuerzas comandadas por el General Braulio Yaguaracuto, vecino de Píritu, militante entonces del partido contrario, el liberal. Uno de los primeros encuentros fue en las inmediaciones del hato “El Jovito”, de Don Emilio Barrios Bustillos, ubicado entre el Morro de Unare y el río de este mismo nombre. Tanto Yaguaracuto como el General Cancio González habían salido de sus cuarteles para recoger unas reses destinadas al mantenimiento de la tropa, y allí, en esa meseta limitada al norte por el caño que con las aguas del río llena la laguna de Unare, se batieron. Nicasio González quedó maltrecho en la pelea a consecuencia de golpes y contusiones. Otros heridos de consideración fueron José María Medina – padre de Máximo Cumache – y el comandante José Mercedes Taza, que fue herido en una pierna y en la espalda.
En la pelea de “El Jovito” ninguno de los contendores quedó satisfecho y algo se dijeron porque al regresar las tropas del General Cancio González a sus cuarteles de Clarines comenzaron éstos a preparar el escenario para el próximo encuentro: en Cautaro. A la casa del hato la rodearon de empalizadas y trincheras. La primera de éstas cruzaba el camino real, en las cercanías de la Cruz de Belén. Allí dejó el General Cancio González a su segundo en el mando, el General Jesús María García; pero este, llegado el momento del ataque, horrorizado ante la horda de desalmados que se le venía encima, mandó al corneta que tocara retirada y abandonó el puesto. Era medianoche y el río Unare, fuera de su cauce, estaba botado. ¡Oye! – dijo Benita – hija del General Cancio González – Esa es la corneta de papá y está tocando retirada. - Papá va en derrota, vámonos!. La familia, Doña Josefa María Portillo, sus hijas y las mujeres del servicio, recogieron del altar los santos, un antiguo candelabro de bronce y una caja de velas, y a paso apresurado caminaron hacia la esquina del corral de ordeño, de donde salía el camino para Boca de Guaribe. No se les ocurrió llevar mas nada (8). Después de tres días, cuando la familia volvió, encontró en la casa varios hombres heridos y en las paredes huellas de manos llenas de sangre. Saquearon la casa. Las piezas de tela que no se llevaron las destrozaron. En la troja, sobre el fogón de la cocina, no dejaron ni una mazorca de maíz, ni una sola maraca de frijoles, ni un solo grano de sal. Todo lo que representaba algún valor se lo llevaron. Ese fue el botín de guerra que llevó el General Braulio Yaguaracuto (9).
En 1.870 la Guerra Federal se hallaba encendida en varios puntos de la República, pero la atención general se fijaba en la región de Occidente, donde dos ejércitos contendores evolucionaban buscando las mejores posiciones para lograr la victoria. En Oriente abundaban las guerrillas y en ellas participaban incluso comerciantes establecidos – hombres mayores – que ninguna experiencia tenían sobre movimientos armados. Había entonces dos partidos que se disputaban el mando: conservadores y liberales. El 14 de agosto de 1.870 se encontraron a la entrada de la población de Clarines las fuerzas liberales comandadas por el barcelonés General Rafael Adrián hijo, con las conservadoras al mando del General Juan Cancio González, quien fue vencido. En poder del vencedor quedaron varios prisioneros, entre ellos el General Manuel Ávila Salazar, - nativo de Píritu, comerciante establecido en Clarines, donde era dueño además, del hato Tapiar, a orillas del río Unare, - y los comandantes Bartolo Perdomo, José Francisco López y Vicente González. En el campo quedaron 25 muertos entre oficiales y tropa (10).
Pasados poco mas de dos meses Braulio Yaguaracuto mandó un hombre de los suyos a Clarines, con un mensaje: - Dígale al General Cancio González – que ocupaba militarmente Clarines, - que desocupe la plaza porque yo, Yaguaracuto, voy a ir a tomarla”. El General Cancio González no esperó un segundo aviso. Se retiró con sus hombres a las montañas de las Calcetas del Bagre y dejó que transcurrieran tres meses hasta tanto los contrarios ignoraran completamente su paradero. El 12 de enero de 1.871, con el convencimiento pleno de que Yaguaracuto no lo esperaba, el General Cancio González lo atacó a media noche, dentro de la iglesia. La noche estaba oscura. Entre los primeros que entraron estaba Demetrio Acuña, que fue macheteado. Durante toda su vida llevó las cicatrices, en el cuello y en los brazos se le veían las marcas. Benito Chacín, (a) Conejo, que iba detrás de él, recibió un balazo en una pierna, que lo tumbó. Arrastrándose salió de la iglesia, atravesó la plaza y, gateando, siguió hasta la quebrada situada en el bajo de Casilda, a mano derecha, bajando por el antiguo camino hacia el río. Allí pasó tres días, le cayó gusano; pero se salvó, solo quedó cojo. Esa noche, palmo a palmo, los combatientes se disputaron el terreno. Entre las filas del contrario el General Cancio González se encontró esa noche con un amigo y compadre suyo, quien al reconocerlo le gritó: - ¡ Compadre!, no me tire , estoy rendido!” y el temible guerrillero levantando el machete le contestó: - “Yo no vine a rendir sino a mermar”…y le quitó la cabeza. La sangre en el sagrado recinto daba al tobillo. En esa acción hubo, entre ambos bandos, más de un centenar de muertos, entre ellos el General José Antonio Chacín y el Comandante Vilca (11). La pelea, que duró hasta el amanecer, fue la más encarnizada y sangrienta acción de guerra que ha tenido Clarines durante toda su historia. El General Cancio González logró una completa derrota sobre las fuerzas del temible piriteño, el “Onza” de los Yaguaracuto, según el decir popular, quien desde ese día lo bautizó con el sobrenombre de “Baquirito”. A pie tuvo que irse Yaguaracuto rumbo a sus cuarteles de Píritu. Su bestia de silla, un macho negro, lo dejó esa noche en la iglesia, amarrado del pilar del púlpito.
El General Cancio González, con el pequeño ejército que comandó en la cuenca del Unare, tomó parte en acciones militares en la islas de Margarita. Una correspondencia del General José Antonio Velutini para el General Joaquín Crespo, así lo demuestra. El 22 de junio de 1.885 estalló en Carúpano la revolución acaudillada por el General Venancio Pulgar y, para hacerle frente, el General Joaquín Crespo – presidente de la República – declaró en comisión, en resguardo del orden público, a los Generales Barret de Nazaris y José Antonio Velutini. Y es este quien moviliza, desde Clarines, al General Cancio González, quien aparece el 13 de julio en las acciones de Porlamar y La Asunción.
“La Asunción: 13 de julio de 1.885. Señor General Joaquín Crespo. Ayer ocupé a Porlamar y dos horas después de tomar posesión y pacificada la plaza, fui atacado por el enemigo en número de 700 hombres. Cuatrocientos de los nuestros bastaron para rechazar el ataque, y en la persecución que les hice ocupé las buenas posiciones que tenían camino de La Asunción. En esta acción se distinguieron Márquez, Romero, Bartolomé Ferrer, Meneses, Guzmán y Cancio González. José Antonio Velutini.”
Después de la pelea de la iglesia el General el General Cancio González dispuso de un largo período de tiempo, que aprovechó para dedicarse al fomento de sus hatos y haciendas. Consecuente con ese propósito había pedido al comercio de la Guayra un alambique para la hacienda El Destino, y como ya la caña estaba a punto de molienda y ese aparato de destilación había llegado a Puerto Píritu, al recibir el aviso salió para allá dispuesto a recibirlo.
Los terrenos de la hacienda El Destino quedan a orillas de la laguna de Unare, al pie de la serranía de Aguas Calientes, y, para ir desde allí a Puerto Píritu hay que venir, costeando la laguna, hasta el antiguo caserío Chávez, seguir hasta Boca de Uchire y de allí en adelante el camino es por la misma orilla del mar, es decir por la playa. Y esa fue la vía que tomó el General Cancio González. Llegó al poblado de El Hatillo y no se detuvo. Un poco más adelante, en Boca de Unare, vivía Don Pancho Rojas, su pariente, pero tampoco quiso detenerse. Eran cerca de las diez de la mañana cuando ve venir, por el mismo camino, un hombre en bestia. A poco se reconocieron y cuando uno llegó frente al otro, el General González lo alertó y revólver en mano le dijo: - “Aquí es donde usted, Braulio Yaguaracuto, me va a entregar mi mula. Usted me mata a mi o yo lo mato a usted. Yaguaracuto se apeó, desensilló la mula, se montó la silla en el hombro y regresó a pie por el mismo camino que traía. Cancio González llegó a Píritu con su mula arrebiatada. Hacían casi dos años que Yaguaracuto tenía esa bestia, desde la noche del asalto al Hato Cautaro, cuando la encontró suelta, en uno de los corrales inmediatos a la casa. El General Cancio González la había mandado a pedir varias veces; pero Braulio Yaguaracuto se había negado a devolverla.
La última Campaña
A mediados de noviembre de 1.892 salió de Clarines, en campaña, el General Juan Cancio González. Durante toda su actuación es la primera vez que sale escaso de tropa, de oficiales y de parque. Como oficial lo acompaña José Andrés López, con experiencia en la guerra de guerrillas. El General Felipe Martínez – natural de San Lorenzo, General de Brigada, con despacho firmado por Joaquín Crespo - , residenciado entonces en Clarines, ha querido acompañarlo; pero resulta algo providencial que lo salva: ya en camino a San Mateo, llegando a El Carito, los alcanza un posta que se mandó para avisarle que su hija Narcisa estaba grave. Por eso Don Felipe Martínez no se encontró en la pelea de San Mateo. El General Cancio González había sido llamado con urgencia por su compadre el General José Antonio Velutini, de acuerdo con el General Manuel Guzmán Álvarez, que disponía de abundante parque y de suficientes elementos de tropa; y aunque ambos Generales se entrevistaron en San Mateo, no se coordinó bien la acción. Se ha dicho repetidas veces que esa acción de San Mateo fue una temeridad. Y eso fue, realmente: un hecho de armas realizado sin ninguna razón de ser, sin nada que lo justifique.
Ese 23 de noviembre de 1.892, después de recibir por tres veces, al mensajero del General Braulio Yaguaracuto, invitando al General Cancio González a una entrevista, comenzaron los fuegos aproximadamente a las 9 am. Las descargas se efectuaban de trinchera a trinchera. No hubo otro enfrentamiento. A mediodía el General Pedro Rodríguez ya se había retirado y acabado el parque salía el General Cancio González y José Andrés López fuera de la iglesia, cuando, deteniéndose de repente, dijo: - “Cancio González no ha huido nunca. Vamos a aguantarnos; vamos a pelía una hora más”, a lo que contestó su compañero José Andrés López: - “Pero General, vamos a retirarnos mas bien!, - nos van a matar como unos pendejos!, - No tenemos gente!, - Vámonos! Y, paso a paso se encaminaron a unos cujíes, en medio del ruido de las descargas, cuando fue alcanzado José Andrés López. Caía este y al ir a agarrarlo Cancio González recibió un balazo en la frente, hacia un ojo, que lo dejó muerto en el acto. Les faltó prudencia, buen juicio. ¿Cuál sería la razón para que expusieran así sus vidas?. La verdad simple y sencilla, la supimos muchos años después en San Mateo: el General Cancio González y muchos de sus hombres estaban borrachos. Desde que terminaron de cavar las trincheras, el día anterior, comenzaron a tomar aguardiente y esa noche nadie durmió. El día de la pelea a los soldados se les daba ron revuelto con pólvora. Uno de sus hombres le preguntó al General Cancio González si él creía que vendría Yaguaracuto, y el le contestó: - “Deja que venga. Yo se que él es guapo, pero lo voy a esperá pa pisalo con las patas de los caballos, porque yo lo he peleado otras veces”.
El General Eleuterio García, conocido generalmente por Platero (12) – un negro alto, buen jinete, natural de los altos de Santa Fe, fue el que vino a pelear al General Cancio González. Trajo 300 hombres, y su contendor sólo tenía 60, y casi sin parque porque el General Manuel Guzmán Álvarez, sorpresivamente y sin previo aviso, levantó campamento con sus hombres…para irse a su hacienda Hato Viejo.
El día de la pelea los pobladores de San Mateo no abrieron las puertas de sus casas, con la sola excepción del señor Carlos Celta, italiano, que en tiempos de revueltas ponía en la puerta de su establecimiento comercial una bandera italiana. En esa casa se refugiaban los contendores de uno y otro bando que por estar heridos o enfermos tenían que abandonar sus filas. Petra Méndez hacía de centinela y ordenanza en la casa del italiano. Era negra y vivió mas de 100 años.
En la trinchera donde enterraron esa tarde al General Cancio González, al lado derecho de la iglesia, enterraron cinco cuerpos, - uno de ellos el de José Andrés López- , a él lo colocaron a los pies. Vivió 61 años y nadie, en la cuenca del Unare, - transcurrido un siglo de su tránsito – has suplido la falta de este hombre de recia y vigorosa personalidad.
Hermanos González Aragort, descendientes de
Cancio González y a quienes el autor dedica este escrito.
Cancio González y a quienes el autor dedica este escrito.
Notas del autor:
- Era una casa muy hermosa y sólidamente construida. Aunque sus paredes eran de bahareque, durante más de un siglo resistió los embates del tiempo. Fallecido su primitivo dueño, la casa pasó a ser de su hijo Nicasio González Rojas – hermano del General Juan Cancio – quien formó allí su familia casado con Carmen Calma, hija de Antonio Calma y Andrea Torres. Fueron padres de siete hijos, los González Calma, quienes dieron origen a otros grupos familiares.
- Gabriel González Cánovas era hijo de don Gabriel González Serra y Catalina Cánovas Quintana, todos naturales de Mahón, en el archipiélago de las Baleares. Esta ciudad está situada al este de la isla de Menorca y es la capital. Mahón es puerto natural, el mejor resguardado de las Baleares. Los González – una familia distinguida – fueron militares que durante varias generaciones sirvieron en la guarnición del Castillo de San Felipe, en Mahón. El 10 de octubre de 1.811, Gabriel González se encontraba en Barcelona. Ese día firma, conjuntamente con los patriotas barceloneses el acta o pronunciamiento a favor de la independencia.
- El terreno de Aguas Calientes lo adquirió el General Juan Cancio González y posteriormente vendió una parte, reservándose una superficie de media legua, de la que hoy son propietarios sus herederos.
- En Clarines, el 16 de julio de 1.946, nos habló Don José Gregorio Portillo del General Cancio González, por cuya memoria sentía una gran veneración y respeto – “Recuerdo entre otras cosas, lo que más me impresionó el día de la pelea de San Mateo. – Nosotros nos encontrábamos en las trincheras que habíamos hecho alrededor de la iglesia, y allí se presentó – con una bandera blanca – uno de los oficiales del General Braulio Yaguaracuto, con un mensaje – “Mi General desea tener una entrevista con usted, General González, y por eso lo manda a llamar”. – dijo dirigiéndose al General Cancio González. – “Si es el quien desea hablar conmigo, dígale que venga hasta mi campamento, que aquí lo espero”, pero el otro no fue. – “Tres veces vino el emisario; pero ni el General Pedro Rodríguez, ni el Coronel José Andrés López, que estaban a su lado, les pareció que debía ir.”
- Pedro Valderrama (a) Guaron, fue el padre de Atanasio Guarapana, una familia que durante varias generaciones vivió en Lomas del Viento, detrás de la iglesia. Atanasio recibió como herencia la caja que fue de su padre, así como el oficio de cajero y furruquero que desempeñó durante toda su vida, en las inolvidables navidades de un Clarines que desapareció.
- El Comandante Balbino Bolívar, nativo de Valle de la Pascua, donde nació en 1.831, fue el fundador de este apellido que por muchos años vivió en Aguas Calientes. Tradiciones de familia señalan que Balbino Bolívar entró 16 años a la guerra, de la que hizo su profesión. Tomó parte activa en la Guerra Federal, al lado del General Cancio González, de quien era muy apreciado por su arrojo y lealtad.
- De Benito Chacín, su lugarteniente, se decía que había sido oficial en la Guerra de Independencia. Era el hombre de mayor edad entre todos los que acompañaban al General Cancio González en sus actividades bélicas. De gran experiencia, arriesgado y valiente, gozaba del privilegio de asistir a una pelea o un asalto cuando se le mandaba algún aviso solicitando su colaboración. Entonces era el primero en llegar. Era un hombre blanco, bajito, muy simpático, muy chusco – humorístico – queremos decir. Lo llamaban conejo, por mal nombre. Vivía solo en un rancho que construyó en El Peine, en terrenos de Tramojo, al sur de Clarines, cerca de la laguna de Chocopire, donde tenía un cambural. Allí falleció casi centenario.
- Martín Méndez, un campesino residente en el vecindario Tramojo, al sur de Clarines, mientras pescaba en el río Unare, frente al paso real de Boca de Guaribe, encontró enterrado en la arena un candelabro de bronce, que, por deducciones, calculamos que sería el mismo que llevaba la familia del General Cancio González cuando temerosos atravesaban en canoa el Unare, huyendo del ataque de Yaguaracuto al hato Cautaro.
- Hizo lo mismo que el General Martín A. Marcano cuando ocupó militarmente a Guanape, comenzando el presente siglo.
- Historia Contemporánea de Venezuela, del Dr. Francisco González Guinan, Tomo IX, Capítulo XIV, Página 377. Edición de la Presidencia de la República.
- En la década del 1.935 al 45, cuando se trataba de enterrar en la calle San Antonio, la primera tubería para el acueducto de Clarines, sorpresivamente el personal obrero que abría la zanja, se encontró con una trinchera como de 50 mts de largo, llena de cadáveres, que por su posición – unos sobre otros – parecían haber sido tirados allí de cualquier manera. La noticia corrió como pólvora: Era impresionante!. Don Emilio Chivico y Don Pedro Martínez Valladares, que vivían cerca, ante la novedad, fueron a ver el compacto montón de huesos, y opinaron que esos fueron los muertos de la pelea de la iglesia en 1.871, cuando Cancio González derrotó a Braulio Yaguaracuto.
- El General Eleuterio García (a) Platero, usaba plata en su dentadura y en las charnelas y adornos del freno de su bestia, de allí el motivo del apodo. Al General Platero lo mataron frente a la puerta del cementerio, en San Mateo, de un balazo en la frente. Iba en bestia, en retirada…en días de semana santa – jueves o viernes santo – algunos vecinos oyen a medianoche el relincho y el ruido de las charnelas del caballo de Eleuterio García, frente al cementerio de San Mateo. Antonio Tononi, Chucho Rodríguez y el viejo Manche Núñez, conocen esta historia. Información del profesor Carlos Alfaro Celta, en Barcelona, 1ro de marzo de 1.977.
ME SIENTO ORGULLOSA DE SER SU NIETA
ResponderEliminarExcelente información que me hacen sentirme más orgullosa de mi lindo Clarines.
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