“La augusta respetabilidad de un nombre inmaculado” (1)
A 100 años de su muerte.
Por: Álvaro Armas Bellorín
Cronista de Clarines
A la memoria de escritor Alfredo Armas Alfonzo quien partió de este mundo sin poder terminar la novela que revivía las andanzas del comandante Ricardo Alfonzo
A la memoria de escritor Alfredo Armas Alfonzo quien partió de este mundo sin poder terminar la novela que revivía las andanzas del comandante Ricardo Alfonzo
En los cortos momentos de sosiego que le daba la dosis
de morfina que diariamente le suministraban para medio calmarle el punzante
dolor sobre la ceja izquierda que terminó matándolo; el viejo teniente de la
guerra federal Don Ricardo Alfonzo, no hacia otra cosa sino pensar en todo aquello
que había hecho en sus largos 83 años de vida que llegó a cumplir. Ciertamente
era un hombre exitoso que desde niño supo enfocar sus emociones para poder retar
su destino y convertirse -en los últimos
años- en una obligada referencia de
trabajo y consecuencialmente a eso, en “uno
de los hombres de mayor poder económico en
toda esa región” (2)
En aquella
retrospectiva que hacia mientras duraba el efecto del medicamento soporífero, seguramente recordaba
sus primeras ocupaciones impuestas por la pobreza de la familia que se había
mudado de Guanape a Clarines buscando un mejor destino (3): Ayudante de zapatero, ayudante de talabartero, cargador de agua,
vendedor de leña y -cuando tocaba- se ganaba el día ayudando al puntero a pasar
a nado reses gordas en plena crecida del Unare de una orilla a la otra (4). Había llegado a Clarines
con su mama Vicenta Alfonzo y cinco hermanos (5), a una
casa techada de paja, ubicada en “La
Loma del Viento”, que doña Vicenta pudo adquirir con algunos
recursos que trajo de Guanape.
De ese tiempo de necesidad y menester, a Don Ricardo Alfonzo le quedó una anécdota que fue recogida años después por su nieto Rafael Armas Alfonzo en una de sus libretas de apuntes: “…mi madre, me contó la vez que Don Ricardo Alfonzo, -siendo aun un muchacho- recibió el susto mas grande que niño alguno haya podido recibir. Había ido a buscar leña por los alrededores de la Cruz de Píritu, -que era la entrada antigua de Clarines- donde se tenían noticias que andaba suelto un loco del cual se tejían las más inverosímiles y atemorizantes historias. Si Don Ricardo lo sabia, ese día tal vez no lo recordó. Estaba pues desprevenido reuniendo el encargo al pie de un Majomo delgado y de regular tamaño, cuando de repente ve que un hombre andrajoso viene en veloz carrera hacia él. Estaba solo y el miedo no lo dejó correr. Se encaramó al Majomo, pero cometió el error de dejar el machete al pie del mismo. El perturbado hombre agarró el liniero y comenzó a picar el árbol con el muchacho arriba pidiendo auxilio a todo gañote. El contó que su salvación fue un arriero que oyendo los gritos del muchacho, se internó un poco para ver cual era el alboroto. El Majomo ya estaba por caerse, pues el desquiciado hombre no descansaba en su empeño de ver al muchacho en el suelo. ¡Mas nunca fue solo por esos lados…!”
Este recuerdo, en especial, era uno de los pocos que lograba sacarle una sonrisa al viejo comandante en aquella etapa terminal de su degenerativa enfermedad; sin embargo no siempre los recuerdos lo ayudaban a mejorar su estado de ánimo que últimamente lo mantenía lejos del trato y la conversación. No olvidemos que Don Ricardo Alfonzo fue un militar liberal, con actuación probada en la Guerra Federal (6); y consecuencialmente a eso, testigo presencial del más luctuoso episodio de nuestra historia a finales del siglo XIX -una guerra cruenta entre hermanos-. Entre esos episodios que recordaba con verdadera aflicción estaba el último combate, en el que él participó y donde muere uno de sus más cercanos amigos. Hacía siete años que se había firmado en la hacienda “Coche” cerca de Caracas, el tratado que ponía fin a la guerra con un claro triunfo de la federación, sin embargo, era falso que a esas alturas de la historia, la paz estuviera instaurada en Venezuela. Los combates entre liberales y conservadores continuaban llenando de luto todo el territorio nacional bajo la consigna de cualquier pretexto, y en el oriente del país no era la excepción.
Este último combate en que participó Don Ricardo Alfonzo, lo recoge Francisco Gonzáles Guinan en la historia contemporánea de Venezuela de la siguiente forma: “… el 14 de agosto de 1870 se encontraron en Clarines las fuerzas liberales mandadas por el General Rafael Adrián hijo con las conservadoras al mando del General Juan Cancio González, quien fue vencido. En poder del vencedor quedaron varios prisioneros, entre ellos el General Manuel Ávila Salazar y los Comandantes Bartolo Perdomo, José Fco. López y Vicente González y en el campo 25 muertos entre oficiales y tropa…” (7) Esta pelea -como la llamaba Don Ricardo- sucedió en la antigua entrada principal de Clarines, exactamente en la subida que da, desde el cementerio norte hacia la plaza bolívar, -lo que hoy se conoce como bulevar Rafael Antonio Portillo-. Él contaba que, ya decidido el combate, vio que su amigo y compañero, -el marcaducho- Pedro Ricaurte, lo habían herido gravemente de un lanzazo en un costado y apenas se podía sostener sobre la silla de su caballo, a lo que Don Ricardo respondió montando velozmente en la grupa de la bestia arisca que llevaba inerte a su amigo herido, logrando dirigir al animal fuera de la escaramuza. Lo llevó a su casa en la calle San Antonio y allí murió ese mismo día. En varias oportunidades Don Ricardo contó a su hija Mercedes Alfonzo esta anécdota, diciéndole con los ojos llenos de tristeza que esa misma noche lo enterró en el patio de su casa, cerca de la caballeriza.
De ese tiempo de necesidad y menester, a Don Ricardo Alfonzo le quedó una anécdota que fue recogida años después por su nieto Rafael Armas Alfonzo en una de sus libretas de apuntes: “…mi madre, me contó la vez que Don Ricardo Alfonzo, -siendo aun un muchacho- recibió el susto mas grande que niño alguno haya podido recibir. Había ido a buscar leña por los alrededores de la Cruz de Píritu, -que era la entrada antigua de Clarines- donde se tenían noticias que andaba suelto un loco del cual se tejían las más inverosímiles y atemorizantes historias. Si Don Ricardo lo sabia, ese día tal vez no lo recordó. Estaba pues desprevenido reuniendo el encargo al pie de un Majomo delgado y de regular tamaño, cuando de repente ve que un hombre andrajoso viene en veloz carrera hacia él. Estaba solo y el miedo no lo dejó correr. Se encaramó al Majomo, pero cometió el error de dejar el machete al pie del mismo. El perturbado hombre agarró el liniero y comenzó a picar el árbol con el muchacho arriba pidiendo auxilio a todo gañote. El contó que su salvación fue un arriero que oyendo los gritos del muchacho, se internó un poco para ver cual era el alboroto. El Majomo ya estaba por caerse, pues el desquiciado hombre no descansaba en su empeño de ver al muchacho en el suelo. ¡Mas nunca fue solo por esos lados…!”
Este recuerdo, en especial, era uno de los pocos que lograba sacarle una sonrisa al viejo comandante en aquella etapa terminal de su degenerativa enfermedad; sin embargo no siempre los recuerdos lo ayudaban a mejorar su estado de ánimo que últimamente lo mantenía lejos del trato y la conversación. No olvidemos que Don Ricardo Alfonzo fue un militar liberal, con actuación probada en la Guerra Federal (6); y consecuencialmente a eso, testigo presencial del más luctuoso episodio de nuestra historia a finales del siglo XIX -una guerra cruenta entre hermanos-. Entre esos episodios que recordaba con verdadera aflicción estaba el último combate, en el que él participó y donde muere uno de sus más cercanos amigos. Hacía siete años que se había firmado en la hacienda “Coche” cerca de Caracas, el tratado que ponía fin a la guerra con un claro triunfo de la federación, sin embargo, era falso que a esas alturas de la historia, la paz estuviera instaurada en Venezuela. Los combates entre liberales y conservadores continuaban llenando de luto todo el territorio nacional bajo la consigna de cualquier pretexto, y en el oriente del país no era la excepción.
Este último combate en que participó Don Ricardo Alfonzo, lo recoge Francisco Gonzáles Guinan en la historia contemporánea de Venezuela de la siguiente forma: “… el 14 de agosto de 1870 se encontraron en Clarines las fuerzas liberales mandadas por el General Rafael Adrián hijo con las conservadoras al mando del General Juan Cancio González, quien fue vencido. En poder del vencedor quedaron varios prisioneros, entre ellos el General Manuel Ávila Salazar y los Comandantes Bartolo Perdomo, José Fco. López y Vicente González y en el campo 25 muertos entre oficiales y tropa…” (7) Esta pelea -como la llamaba Don Ricardo- sucedió en la antigua entrada principal de Clarines, exactamente en la subida que da, desde el cementerio norte hacia la plaza bolívar, -lo que hoy se conoce como bulevar Rafael Antonio Portillo-. Él contaba que, ya decidido el combate, vio que su amigo y compañero, -el marcaducho- Pedro Ricaurte, lo habían herido gravemente de un lanzazo en un costado y apenas se podía sostener sobre la silla de su caballo, a lo que Don Ricardo respondió montando velozmente en la grupa de la bestia arisca que llevaba inerte a su amigo herido, logrando dirigir al animal fuera de la escaramuza. Lo llevó a su casa en la calle San Antonio y allí murió ese mismo día. En varias oportunidades Don Ricardo contó a su hija Mercedes Alfonzo esta anécdota, diciéndole con los ojos llenos de tristeza que esa misma noche lo enterró en el patio de su casa, cerca de la caballeriza.
En el libro “Algo de
Guanape”, de Chucho Saume, podemos leer una extensa biografía de Don Ricardo Alfonzo, donde se describe con detalle su actuación en la Guerra Federal. De ella nos
permitimos copiar textualmente los párrafos que coinciden con los resultados de
la modesta investigación que hemos hecho para ilustrar este articulo: “En Clarines se encontraba Ricardo Alfonzo,
ya con edad formal, cuando estalló la guerra Federal y a ella se enroló de
inmediato llegando a obtener por sus acciones el rango de Comandante que le fue
conferido por el propio Mariscal Juan Crisóstomo Falcón el 20 de Marzo de 1864.
Esas acciones de guerra en que participó el Comandante Ricardo Alfonzo se
desarrollaron en el centro y occidente del país, pero mas lo fueron en la isla
de Margarita donde tuvo acciones brillantes, como lo apunta en detalles el escritor
Jesús Manuel Subero en sui libro “Cien años de Historia Margariteña”.
Terminada la larga guerra regresó a Clarines donde contrajo
matrimonio por poder con Lucia Rojas Zerpa, hija de un escultor y pintor
neogranadino llamado Cándido Rojas y de una dama cumanésa de nombre Lucia Zerpa. La razón de hacerse representar en el acto de su boda por una persona
amiga, se debió a un serio altercado que sostuvo con el jefe civil y militar de
Clarines, Don Celso Ramírez, que lo obligó a ausentase casi definitivamente de
esa población…” (8)
Efectivamente fue así. Don Celso Ramírez y Don Ricardo Alfonzo no se soportaban el uno y el otro y cuando el
primero fue nombrado Jefe Civil y Militar de Clarines,
este no desaprovechó oportunidad para imponer su autoridad al segundo, siendo
la gota que derramó el vaso, un desagradable
incidente con visos de humillación, que hizo posible que Don Ricardo renunciara
a su carrera militar, a sus negocios y se fuera de Clarines definitivamente
para nunca mas volver; tanto fue así, que su matrimonio con la clarinésa Lucia
Rojas Zerpa (9), lo realizó por poder que
le diera a su amigo Wenceslao Bustillos (10) precisamente
porque había jurado no volver jamás a Clarines. Este incidente, lo recogió Rafael
Armas Alfonzo en sus libretas de apuntes inéditos, de la siguiente forma: “…Don Celso Ramírez era un hombre
autoritario y déspota y por esta características de su personalidad no contó,
mientras vivió, ni siquiera con las simpatías de quienes lo rodeaban. Un día
Don Celso quiso imponer su voluntad y su jerarquía sobre Don Ricardo, lo hizo
llamar a su despacho y lo conminó a llevar a Barcelona una correspondencia y
como se trataba de un asunto importante, debía salir sin perdida de tiempo.
- No hay problema comandante, yo estoy dispuesto a prestar el servicio. Proporcióneme la bestia en que voy a salir y los gastos que esa comisión ocasionará, le contestó Alfonzo.
- No hay problema comandante, yo estoy dispuesto a prestar el servicio. Proporcióneme la bestia en que voy a salir y los gastos que esa comisión ocasionará, le contestó Alfonzo.
-Solicite usted
la bestia, teniente y si no la consigue, salga a pie. En cuanto a los gastos, hágalos
usted mismo; le dijo Don Celso delante
de otros compañeros.
- En esas
condiciones me niego rotundamente a salir. Tome usted las provisiones que crea
conveniente-. Y en un arranque temerario Alfonzo rompió la espada que portaba
doblando la hoja sobre la rodilla y agregó: Don Celso ni usted ni nadie me
puede obligar a prestar un servicio en las condiciones que me señala- y dándole
la espalda salió del despacho.
Si era un acto
de insubordinación, ese acto no tuvo posteriores consecuencias. Don Ricardo
debió sentirse humillado y hombre de honor y de bríos probados como era, ese
sentimiento provocó en su animo una reacción digna de el, la única que podía
esperarse de su hombría.
En ese mismo
instante siguió para encargar a su hermano Julián Alfonzo de sus asuntos, y sin
detenerse a meditar su decisión, montado ya en su bestia, atravesó el Unare con
el rumbo que le señalaba el destino y con el firme propósito y juramento de no
volver jamás a Clarines.
Bajo ese juramento, Don Ricardo Alfonzo salió de Clarines, acordándose -seguramente- del General, zaraceño Manuel Monserrate Armas Matos, con quien había hecho profunda amistad y causa común en las filas castrenses del federalismo (11). Armas Matos con esposa e hijos se había mudado de Guanape a Sabana de Uchire a establecerse definitivamente allí, sin descansar en su afán de querer convencer a sus amigos pudientes a que lo acompañaran a refundar aquel pueblo atractivo para cualquier militar retirado que ansíe paz y tranquilidad; un caserío amenazado solamente en deshoras por el colmillo del tigre y el veneno de la macagua, que a fin de cuentas eran males menos dañinos y menos ponzoñosos que la inconsistencia del carácter humano.
En ese Sabana de Uchire, de casas techadas de paja, de caminos escabrosos, de tierras fértiles, sembrado como un bejuco de mapuey que busca afanosamente un rayo de luz entre un bosque frondoso de árboles centenarios, accede ir Don Ricardo Alfonzo siguiéndole el rastro a otros compañeros de guerras que ya habían hecho suyos aquellos parajes cercanos al cerro del Paraguayaco, lo que sin duda ayudó a sentir menos traumática la mudanza, (12). Allí, estableció con éxito sus negocios. Desde allí triplicó su fortuna tan vertiginosamente que no faltó quien le atribuyera el resultado de su trabajo y de su constancia a pactos supersticiosos con un ente extraño (13), Allí, junto a su esposa Lucia Rojas Zerpa, fundó una familia a la que le inculcó en lo mas profundo de su ser, una necesidad intrínseca de trascender, de superarse y de dejar su entorno mejor que como lo encontraron. De ese matrimonio nacieron en Sabana de Uchire: Lucia Victoria, Ricardo, María Teresa, Julio Eugenio, Mercedes Corina, Jesús María y Ana Vicenta Alfonzo Rojas (14).
Bajo ese juramento, Don Ricardo Alfonzo salió de Clarines, acordándose -seguramente- del General, zaraceño Manuel Monserrate Armas Matos, con quien había hecho profunda amistad y causa común en las filas castrenses del federalismo (11). Armas Matos con esposa e hijos se había mudado de Guanape a Sabana de Uchire a establecerse definitivamente allí, sin descansar en su afán de querer convencer a sus amigos pudientes a que lo acompañaran a refundar aquel pueblo atractivo para cualquier militar retirado que ansíe paz y tranquilidad; un caserío amenazado solamente en deshoras por el colmillo del tigre y el veneno de la macagua, que a fin de cuentas eran males menos dañinos y menos ponzoñosos que la inconsistencia del carácter humano.
En ese Sabana de Uchire, de casas techadas de paja, de caminos escabrosos, de tierras fértiles, sembrado como un bejuco de mapuey que busca afanosamente un rayo de luz entre un bosque frondoso de árboles centenarios, accede ir Don Ricardo Alfonzo siguiéndole el rastro a otros compañeros de guerras que ya habían hecho suyos aquellos parajes cercanos al cerro del Paraguayaco, lo que sin duda ayudó a sentir menos traumática la mudanza, (12). Allí, estableció con éxito sus negocios. Desde allí triplicó su fortuna tan vertiginosamente que no faltó quien le atribuyera el resultado de su trabajo y de su constancia a pactos supersticiosos con un ente extraño (13), Allí, junto a su esposa Lucia Rojas Zerpa, fundó una familia a la que le inculcó en lo mas profundo de su ser, una necesidad intrínseca de trascender, de superarse y de dejar su entorno mejor que como lo encontraron. De ese matrimonio nacieron en Sabana de Uchire: Lucia Victoria, Ricardo, María Teresa, Julio Eugenio, Mercedes Corina, Jesús María y Ana Vicenta Alfonzo Rojas (14).
El 8 de junio de 2014 se cumplieron 100 años del
fallecimiento de Don Ricardo Alfonzo, un hecho lamentable e inusitado no
solamente entre los pocos pobladores de aquella Sabana de Uchire -donde muere-
sino también en toda esa región que baña las aguas del río Unare; si bien es
cierto que por su edad, ya la tierra lo reclamaba, también es cierto que su
muerte no fue fácil aceptarla porque con
él se iba, o en todo caso se detenía la posibilidad cierta y cómoda que
garantizaba el financiamiento justo que en buena medida logró el crecimiento
económico de esa zona mil veces azotada por las guerras por el paludismo y la
disentería. “El mejor negocio -decía
él- es donde ambas partes salen ganando”
Hacía varios años, que por razones que en su tiempo no se entendían, se le fue
cerrando paulatinamente su ojo izquierdo, a raíz de un dolor punzante que palpitaba
sobre la ceja de su ojo enfermo, que a través de los años se fue transformando
de leve a inaguantable (15)
Faltando cinco minutos para las siete de la noche de
aquel fatídico lunes 8 de junio de 1914, su último estertor anunciaba el fin un
Sabanauchire y el inicio de otro muy distinto (16).
(1)
Tres días después de la
muerte de Don Ricardo Alfonzo, en la Imprenta de la familia Mata, Antonio José Mata
Medina, publicó “TRIBUTO de aprecio y de
Respeto, a la memoria del señor Don Ricardo Alfonso”. De allí extrajimos
parte del titulo del presente artículo.
(2)
Algo de Guanape, Jesús Saume
Barrios, pagina 96
(3)
El Dr. José Calazan Mata
Bellorín, en su libro. La Patria Civil, valores y
vivencias, pagina 35 escribe una biografía de Don Ricardo Alfonzo. En ella dice
lo siguiente: “Don Ricardo provenía de
una acomodada familia dedicada a la agricultura y al comercio”.
(4) Respecto a este oficio de Don
Ricardo, Rafael Armas Alfonzo escribe en
sus libretas lo siguiente: “…Don Ricardo
Alfonzo fue un buen nadador. En su tiempo, el transporte de ganado en pie que
se traía desde Guanape o más allá, cuando el río Unare estaba crecido, había
que pasarlo nadando. El que traía a su cargo la punta de ganado pagaba dos y
medio reales por pasar cada res, casi siempre novillos de engorde que se
exportaban por el Puerto de Guanta. Don Ricardo Alfonzo contaba que nunca llegó
a pasar más de doce animales durante todo un día. Era un trabajo agotador y muy
peligroso…”
(5) En el libro inédito de
Familias del Bajo Unare de Rafael Armas Alfonzo se puede leer que Don Ricardo Alfonzo tuvo los
siguientes hermanos: Diego Manuel, Julián, Zoilo, Daniel y Petronila. El
primero, Manuel Romero Alfonzo
-reconocido por su padre, General Manuel Romero-, fue el primer Registrador
Subalterno que tuvo Clarines en cuyo cargo actúo hasta el 21 de julio de 1879. Curiosamente,
muchos de sus actos, especialmente al final de su vida los realizó usando
solamente su apellido materno. Julián
Alfonzo, hijo de Juan Manuel Domínguez, hombre de buenas relaciones sociales,
y conocido ampliamente en Sabana de Uchire, Guanape y Clarines, fue comerciante
y agricultor; fue dueño del hato “Cuapa” en terrenos de “Las Calcetas del
Bagre”. En su casa en Clarines, - esquina de la calle San Antonio con El Sol,
adquirida recientemente por la
UNEARTE-, se mencionaba siempre porque allí existió un piano
y una nutrida biblioteca donde se podía consulta el Cojo Ilustrado; Zoilo, Daniel y Petronila,
fueron hijos del Coronel Lorenzo Bustillos Romero. Zoilo, siempre estuvo al lado de su padre o muy cerca de él. Vivió
en La hacienda “San Ignacio” cerca de Río Chico, donde murió dejando amplia
descendencia. “…El coronel Lorenzo
Bustillos lo nombra en el inventario de sus bienes, como mayordomo de una de
sus haciendas: Alejandría. Tomó parte activa en las revueltas o movimiento
revolucionarios de su tiempo. Era oficial. En cierta oportunidad, comandó una
fuerza, tomó la plaza de Río Chico. No se sabe otra cosa..”; Daniel Alfonzo, murió joven en la
hacienda “El Sitio”, ubicada en jurisdicción de Río Chico, propiedad de su
padre Coronel Lorenzo Bustillos “...Don
Ricardo Alfonzo, informó a su hija Mercedes, que su hermano Daniel, tomaba
mucho aguardiente y murió a consecuencia de ello. No se sabe si dejó
descendencia..”; Petronila Alfonzo
vivió en Sabana de Uchire, ya establecido allí su hermano Don Ricardo. En el
libro de bautizos de Sabana de Uchire, aparecen bautizados varios de sus hijos.
Posteriormente se trasladó a la isla de Margarita y allí dejó descendencia.
(6) Aunque no hemos visto el nombramiento
que lo titule como Teniente; hemos tenido en nuestras manos un documento,
llamado “Activo y pasivo del finado Sr.
Ricardo Alfonzo, según inventario practicado en Sabana de Uchire por su esposa
la señora Lucia de Alfonzo y sus hijos Ricardos, Julio y Mercedes Alfonzo Rojas,
los días 21, 22 y 23 de junio de 1914”
En ese inventario, se dejó constancia que en su escritorio tipo biblioteca,
se encontraba encarpetado “Su despacho de
Teniente, otorgado por el Mariscal Falcón en 20 de marzo de 1864”
(7) Tomo IX Capitulo XIV. Pagina
430 de la historia contemporánea de Venezuela de Francisco Gonzáles Guinan.
(8)
SAUME BARRIOS, Jesús, “Algo
de Guanape”, pagina 94, 95, 96 y 97
(9)
Josefa Lucia Celestina,
conocida como Mamachia, fue la cuarta hija de Don Cándido Rojas y Lucia Zerpa, había nacido en Clarines el 19
de mayo de 1852, fue bautizada por el Padre Alemán, siendo sus padrinos dos
Juan Bautista Ramírez y Calendaría Álvarez. Murió en Clarines, el 26 de julio 1938 a
la edad de 86 años Tanto ella como sus progenitores están enterrados en
la iglesia de Clarines, cerca del altar mayor.
(10)En el libro de
matrimonios de los archivos de la iglesia parroquial de San Antonio de
Clarines, existe la partida de matrimonio de Don Ricardo Alfonzo con Josefa
Lucia Rojas, la cual textualmente dice lo siguiente: “En la Parroquia
de Clarines, a veintinueve de diciembre de mil ochocientos setenta y cinco,
encargado transitoriamente como estoy por el Vº- Cura de Píritu para
administrarla durante mi permanencia en ella; y habiendo precedido todos los
requisitos civiles, conciliares y canónicos, presencié el matrimonio que
contrajo Wenceslao Bustillos, apoderado de Don Ricardo Alfonzo vecino de la Parroquia Sabana
de Uchire, con Josefa Lucia Rojas, vecina de este pueblo; siendo testigos D.
Galo Santamaría y Petronila Rojas de Santamaría (Fdo) Pedro José Gómez Saa”
(11)MATA BELLORIN, José Calazan:
“La Patria Civil,
Valores y vivencias” Pág. 24
(12)El General Manuel Monserrate
Armas Matos, con su esposa Francisca Álvarez Armas y sus nueve hijos ya se
había establecido en Sabana de Uchire cuando Don Ricardo Alfonzo llegó; Pero
además de este buen amigo, también lo animaron el uchireño Don Juan Evangelista
Arvelaiz, amigo cercano, famoso
curandero de la zona del Unare y compañero de armas en la guerra federal,
descendiente directo de los fundadores de Uchire; General Zenón
Marapacuto, natural de Santa Bárbara, Pedro Luis Osorio, natural de Panapo y
quien fuera su ordenanza mientras duró la guerra, Nieves Carmona, los hermanos
Agustín, José María y Faustino Tarache, de Murgua, entre otros.
(13)SAUME BARRIOS, Jesús,
“Silleta de Cuero”, Pág. 51,52,53,54 y 55
(14)Del matrimonio de Don Ricardo
y Lucia Rojas Zerpa, nacieron los siguientes hijos: Ricardo Alfonzo
Rojas, nacido el 2 de julio de 1878, fue un investigador y científico
experimental. Introdujo los rayos X en Venezuela y la telegrafía sin hilo. Casó
en Clarines el 19 de marzo de 1908, con María Enriqueta García Domínguez, hija
de don Manuel García Ramírez y Rosaura Domínguez Armas, tuvieron descendencia
en: Esther, Ligia, Ricardo Manuel, Eva y Plinio; María Teresa Alfonzo Rojas, casó en Sabana de Uchire con
Jesús Domínguez. Tuvieron descendencia en: José Feliz, Consuelo, Juan Bautista
y Raúl; Julio Eugenio Alfonzo Rojas:
caso en Sabana de Uchire el 3 de mayo de 1919 con Carlota Guzmán Urbina, hija
de Don Ángel María Guzmán y Rafaela Urbina. Tuvieron descendencia en Julio
Víctor, Rafael Jacobo y Vinicio. Mercedes
Corina Alfonzo Rojas, casó en Clarines el 4 de Septiembre de 1918 con
Rafael Armas Chacin, hijo de Dionicio Armas Itriago y Antonia Teresa Chacín
Espinoza. Tuvieron descendencia en Rafael, nacido en Clarines el 16 de
Septiembre de 1919 sus padrinos fueron, de bautismo Ricardo Alfonzo Rojas y
Lucia Rojas Zerpa y de confirmación Julio Alfonzo Rojas; Alfredo Julio,
bautizado con este nombre y confirmado con el de Alfredo Sixto, nació en
Clarines el 6 de agosto de 1921, sus padrinos fueron, de bautismo Pedro Vicente
Chacin Gutiérrez y Luisa Delfina Domínguez de Chacín y de confirmación, don
Gerardo De los Ríos; Roberto Mario, nacido en Clarines el 17 de abril de 1925.
sus padrinos fueron Julio Alfonzo Rojas y Carlota Guzmán de Alfonzo, quienes
apoderaron a Don José G. Chacín Bustillos y María Aurelia Chacin Lusinchi y de
confirmación Gennis Armas Chacín. Y Lourdes Lucia, que nació en Cumaná el 10 de
diciembre de 1927, bautizada en caracas el 28 de abril de 1928, sus padrinos
fueron: de bautismo Dr. Pedro José Tronconis y Laura Santana de Tronconis; y de
confirmación Sra. María Henriqueta. de Alfonzo. Tuvo Mercedes Alfonzo Rojas
otra hija llamada Eda Eligia que nació en Clarines en 1920, murió de 28 días de
nacida de cólico infantil. Vicenta
Alfonzo Rojas, casó en Sabana de Uchire con Tomas Ytriago Sifontes,
hijo de Don Manuel Itriago Armas y de Buenaventura Sifontes Pérez, tuvieron la
siguiente descendencia: Evelia Rosalía, Ricardo Manuel, Ángel Clemente Julio
Celestino y Tomasito Itriago Alfonzo, todos nacidos en Sabana de Uchire. Lucia
Victoria Alfonzo Rojas (Tura), Murió Soltera, no dejo descendencia y Jesús María Alfonzo Rojas ,
murió de 40 días de nacido.
(15)En mas de una oportunidad Don
Ricardo relató que su enfermedad lo hacia sentirse un hombre desgraciado. En
una carta dirigida a su hijo Ricardito le decía: “…de mis males bien, o mejor diré casi lo mismo pues mientras dependa
de la morfina, no hay salud…” por
otro lado, al reverso de una fotografía de Don Ricardo Alfonzo de fecha Marzo
de 1897, se puede leer en la letra de su hijo Ricardito lo siguiente: “Que este beso que imprimo hoy en tu frente lo
sientas arder eternamente como un recuerdo de tu desgraciado padre..”. Palabras
de mi padre cuando me despedí de él pensando llevar a efecto mi viaje a Londres. Ricardito
(16)Mercedes Corina Alfonzo Rojas
fue quien atendió a Don Ricardo Alfonzo hasta el día de su muerte. En una
libreta de apuntes perteneciente a ella, escribió lo siguiente: Nació
papá en la vecina población de Guanape el año de 1831, un año después de la
muerte del Libertador, cuando las pasiones políticas alcanzaban su más alto grado de exaltación, movidas por
adversas ambiciones de predominio. Fueron sus padrinos de bautismo Don Rosalino
Ron y doña Eustaquia Arvelaiz. Fue su padre Don Vicente Félix Sarria (Español-
Canario) y su madre Vicenta Alfonzo. Casó en Clarines con Josefa Lucia Rojas Zerpa
e día 29 de diciembre de 1875. Murió en Sabana de Uchire el 8 de junio de 1914, faltando cinco minutos para
las siete de la noche. Se hallaban alrededor de su lecho: Su esposa Lucia de
Alfonzo; sus hijos: Lucia V., Ricardito, María Teresa, Julio, Ana Vicenta y yo;
sus yernos Jesús M. Domínguez y María H. García de Alfonzo, y sus hijos
naturales Luis C. Velazquez y María Tarache. Para velarse en capilla fue
preparado por Tomas Itriago, Juan Cabeza y yo. Había transcurrido hora y media
de haber expirado y conservaba aun la misma temperatura ardiente que en sus
últimos dos días de insólita gravedad. Una degeneración rápida del cerebro fue
la causa de su muerte. La urna fue construida por Andrés Mata Medina, de Cedro
amargo, forrada en pana negra, con ribetes de cinta negra, cordones y borlas
negras y chapas metálicas de formas diversas. Tenía las dimensiones siguientes:
Longitud media 199
centímetros; anchura media, 43 centímetros y
altura 45 centímetros.
Su entierro verificose a las 4 de la tarde (30M) del 9 de junio. Su sepultura,
con bóveda fue construida por el maestro albañil Pedro Solórzano